Del jueves 17 de junio al domingo 21 de junio
Una vez conquistada la zona de Manchuria y creado el estado “independiente” de Manchukuo, los japoneses decidieron colonizarlo siguiendo un esquema parecido al que habían hecho en Hokkaido unas décadas antes. Tras varios intentos a menor escala, a mediados-finales de la década de los 30 se creó un programa llamado “Millones a Manchukuo” para enviar allí a pueblos enteros de granjeros y agricultores de las zonas más pobres de Japón. Suzuko (la abuela de Genya), llegó a Dabalang (una aldea cerca de Huanan) en 1939 con uno de esos grupos de colonos.
Me encontré con Cris y Genya fuera de la superpoblada estación de tren de Harbin. Estaban bastante estresados porque su vuelo desde Shanghái tuvo un retraso de más de 10 horas por problemas meteorológicos y casi casi no llegan. Yo, en cambio, estaba la mar de tranquilo entre mi hibernación cerebral tras 5 días sin hablar con nadie y porque para mí empezaba la parte del viaje en la que no tenía que preocuparme de nada.
Nos subimos en un tren nocturno (con literas) en dirección norte hasta Jiamusi, no muy lejos de la frontera con Rusia. Llegamos muy temprano a la mañana siguiente y, tras esperar una hora, cogimos otro tren que nos dejó en hora y media en Huanan. Si lo que había visto hasta ahora de Manchuria-Dongbei no era muy turístico que digamos, esto ya estaba a otro nivel. La gente en la estación y en el tren nos miraba con mucha curiosidad. Sipanya (“España” en chino) iba a ser la palabra estrella los siguientes días. Al menos no me fui de vacío del tren; un señor me regaló una funda para carnets (o tarjetas de crédito, que esta es una nueva China) del PCC.
Varios familiares de Genya nos estaban esperando en la estación de Huanan. Habían pasado 11 años desde su última visita y se notaba que estaban muy contentos y emocionados de verle. Y de conocer a Cris, claro. Tras dejar las mochilas en casa de su tía, tocaba quitarse el sudor acumulado de encima y nos fuimos a un baño público, digamos que al equivalente a un onsen japonés en su versión más básica. Aparte de relajarme en la piscina de agua (muy) caliente, me animé a que me hiciesen un restregado a fondo con guante de crin. El restregador me dijo que era el primer occidental al que le metía mano, lo cual no me sorprendió demasiado. Para demostrar que era un hombre de mundo, ni pestañeé cuando el tío me agarró la minga y me dio un par de pasadas con el guante por la zona perineal. Genya se moría de risa, eso sí, y alabó mi impertérrito rictus durante tan arriesgada operación. El precio por el servicio completo de baño y restregado fue de 17 yuanes (unos 2.5 euros).
El desayuno, en un local justo al lado, fue típico chino: dumplings, sopa de maíz, huevos duros y verdura en salmuera. 21 yuanes entre los 3. Cuando le dije a la señora que uno solo de esos dumplings en Chinatown en Londres cuesta unos 20 yuanes (ella los cobraba a uno) los ojos se le pusieron como platos y me imagino que empezó a hacer planes para abrir franquicias en la City. Los suyos, además, eran mejores.
Al volver a casa me quedé dormido un rato y, al despertarme, me encontré con que ya habían llegado los múltiples primos/as y tíos/as de Genya y me estaban esperando para practicar el deporte nacional manchuriano: comer y beber y beber y beber. Según la costumbre (aunque no es una regla estricta), los hombres y las mujeres comen en mesas separadas. Las mujeres sirven primero la comida a los hombres y una vez que está todo listo y ellos comiendo, se sientan ellas. El ambiente era muy distendido, alegre y ruidoso, muy parecido a las comidas familiares del sur de España. Les enseñamos a decir “!chinchín salud!” y cada poco uno de ellos lo gritaba a voz en cuello para que bebiéramos todos. Un detalle que me sienta genial: no me fríen a preguntas de todo tipo (como quizás esperaba), sino que me tratan como a uno más de la familia. Por la rama paterna, su familia es de origen manchú, mientras que por parte materna, son mongoles. En Dongbei hay un mayor porcentaje de población de las llamadas etnias minoritarias (la mayoría de los habitantes de China son Han).
Visto el ambiente fiestero, no tenía demasiadas esperanzas de encontrar un momento en el que les pudiésemos hacer preguntas sobre Suzuko y la vida de los zanryū-hōjin que se establecieron en Dabalang. Pero para mi sorpresa, al terminar la (larguísima) comida, las tías de Genya se sentaron tranquilamente con nosotros y se animaron a hablar durante un buen rato mientras yo grababa con la cámara de video. A Genya (que ya les había hecho otra “entrevista” mientras yo dormía) se le iluminaba la cara al ir colocando cada vez más piezas del puzle. Para rematar la sobremesa, sacaron fotos antiguas de la familia y fue realmente divertido. Una de las razones por la que todo iba (y seguiría) saliendo tan bien es que Cris habla chino de manera fluida, lo que le permitía ser totalmente independiente e integrarse con la familia. Para mí, dada mi nulidad con dicho idioma, fue una bendición. Toda mi admiración para Cris por lo complicado que es el mandarín y lo mucho que le debe de haber costado llegar a este nivel.
Por tarde noche nos fuimos de paseo por un parque/zona de recreo a las afueras de Huanan. Todo parecía muy nuevo. Genya comentó que la última vez que estuvo allí sólo había campo hasta donde se perdía la vista. En general, esa es la impresión que me dio Huanan y todo Dongbei: está en un momento de transformación acelerada, crecimiento brutal y sostenido, con grúas por todas partes y edificios y centros comerciales que aparecen de la nada en cuestión de semanas. En el parque, aparte de los sempiternos grupos organizados de gente bailando, otros se dedicaban a hacer girar una peonza gigante de metal a base de latigazos, algo que parece estar poniéndose de moda. El primo de Genya probó y le salió bastante bien, yo lo dejé estar, que hacer el Indiana Jones no es lo mío.
Al día siguiente descubrí (con horror y mucho cansancio) que las familias del norte de China se levantan tempranísimo. A las 4 de la mañana ya estábamos en pie y empezamos la jornada dando un paseo por el mercado de la ciudad, que ocupaba bastantes calles y estaba atiborrado de gente a pesar de la hora que era. Como suele pasar con este tipo de mercados al aire libre, no siempre es agradable a la vista y al olfato, pero pasamo un buen rato. Por supuesto, somos la atracción del día (¡no somos rusos, somos de sipanya!). Lo rematamos con otro desayuno típico chino como el del día anterior. Me estoy empezando a acostumbrar a esto de comer dumplings antes de las 6 de la mañana, aunque no creo que lo haga en Londres.
Hacia las 8 salimos en coche hacia Dabalang, que prometía ser (y lo cumplió con creces) uno de los momentos cumbre del viaje. Tardamos una media hora y, en cuanto dejamos atrás las afueras de Huanan, el salto a la China (muy) rural fue inmediato. El paisaje es totalmente llano y casi todo lo que se veía eran campos cultivados (maíz, arroz, tabaco…).
Dabalang es una aldea de unas 2000 personas, con calles de tierra, animales de corral correteando por todas partes y casas tradicionales de aspecto sencillo. Genya nació y pasó sus primeros años aquí hasta que su familia cercana se mudó a Japón con la abuela Suzuko (eso sí que tuvo que ser un cambio bestial y lo demás son tonterías). Lo primero que nos dijo fue que también se ha desarrollado mucho en la última década, que él lo recordaba todo bastante más básico y atrasado. Para mis poco entrenados ojos me quedó claro que, aunque era muy rural y no disponía de algunas de las comodidades básicas de la ciudad (ver abajo la foto del váter típico del lugar) era una zona próspera (mucha maquinaria haciendo el trabajo en lugar de mano de obra, aerogeneradores, coches nuevos en lugar de tartanas…).
El rasgo más distintivo de las casas de la zona, y que de paso sirve para entender mejor la vida en las estepas manchurianas, es el kang o cama-estufa. Es una cama grande y alta hecha de ladrillo y cubierta de azulejos que está hueca por dentro. Cuando hace frio se enciende una estufa adyacente (alimentada normalmente por las partes no comestibles de las plantas de maíz y arroz) que la llena de aire caliente. Los inviernos en Manchuria-Dongbei son legendarios por el frio que hace. No solo porque la temperatura baje ocasionalmente hasta los -40 grados, sino porque cuando sopla el viento del norte (procedente de Siberia) dicen los lugareños que el frio te atraviesa la ropa como si fuese un puñal de hielo. En esa época y casi por necesidad, toda la vida en casa se hace encima del kang, que hace las veces de cama y sofá. Ver un kang y dormir en él era algo que me hacía mucha ilusión después de haber leído varios libros en los que los describen.
Tras otra larga y fructífera comida de numerosos platos y llena de risas, alegría y brindis (¡chinchín salud!), tocaba ir al cementerio para que la familia presentase sus respetos a los antepasados. Uno de sus primos trajo el tractor, le puso un remolque con unas esterillas encima y nos subimos todos. Mientras dábamos botes por el camino lleno de baches, Cris y yo comentábamos que, cambiando a los extras, aquello era clavado a una romería en un pueblo andaluz cualquiera. Lo recuerdo como uno de los momentos más divertidos del viaje.
El cementerio no era un lugar cerrado, sino un monte en el que las lapidas aparecían dispersas entre la arboleda. Me comentaron que lo que estaban enterrados eran los restos y no urnas con las cenizas. En las ciudades si se recurre a la cremación, principalmente por falta de espacio. La ofrenda principal que se les hace es dinero de papel para que tengan suerte y prosperidad en el mas allá. Lo venden en unos rollos grandes y se quema encima de las lapidas, dejando allí las cenizas. Otra cosa que me gustó es el que el ambiente fue respetuoso pero alegre y distendido, en lugar de un dramón que te hiciese sentir incómodo.
De vuelta al pueblo me dan un notición: quedan 2 casas de la época japonesa en el pueblo y las vamos a ir a visitar. Había leído (y me habían dicho repetidamente) que, al contrario que en las ciudades, no quedaba rastro de la presencia de los colonos japoneses en las zonas rurales, con lo que mis expectativas en ese sentido eran inexistentes. Cuando los colonos japoneses llegaron a Dabalang, al no tener donde alojarse, pasaron el primer invierno en las casas de las familias chinas, conviviendo (forzosamente) todos. Las casas que construyeron eran ligeramente diferentes: usaban grandes vigas de madera (que aún se conservaban), los muros eran más gruesos para mejor aislamiento…pero también incorporaron cosas autóctonas como el kang. A medida que los japoneses se fueron yendo, las familias locales se iban mudando a sus casas por ser de mejor calidad.
Por lo que nos contaron, los colonos japoneses de Dabalang fueron menos despóticos que los de otros asentamientos y en general las relaciones con los campesinos locales fueron buenas. Prueba de ello es que, una vez perdida la guerra y desaparecido Manchukuo, ayudaron a los japoneses que habían convivido con ellos, escondiéndolos tanto de los rusos como del ejército chino y admitiéndoles de nuevo en el pueblo una vez regresaron tras su frustrada huida. Es una alegría ver como décadas después, el buen karma pagó dividendos: el flujo de dinero enviado desde Japón ha hecho a las zonas donde hubo zanryū-hōjin mas prosperas que la media, y a las familias que los acogieron más aún.
Tras una curiosa excursión a pescar (poniendo redes en un estanque que hay junto a los arrozales), llega la cena fiestón reglamentaria. Cuando ya cada uno se había ido a su casa a dormir, nos sentamos los 3 en el kang (encendido, un calor espantoso) con la mayor de las tías de Genya. Mientras nos contaba más y más cosas sobre Suzuko, pensé que era la imagen perfecta de lo que vine a buscar cuando me animé a venir a Dabalang. Deseé que por un momento estuviésemos en los más crudo del invierno manchuriano para poder experimentarlo en primera persona, pero estoy seguro que no lo hubiese aguantado ni 5 minutos antes de empezar a quejarme sin parar.
Duermo de maravilla en el kang y además nos dejan dormir hasta una hora más propia de seres humanos racionales (las 7). Tras desayunar (estilo chino, claro), nos vamos Cris, Genya, uno de sus primos y yo de paseo (como muestra de hospitalidad, siempre se viene al menos uno de los primos con nosotros en plan séquito). Primero paramos en la escuela. El edificio apenas tiene uno o dos años, pero está en el mismo sitio que la escuela construida por los japoneses, la primera que hubo en Dabalang. Mientras paseamos vemos una iglesia (una sorpresa) y entramos. La están arreglando y hay mucho trasiego de trabajadores, pero nos dejan pasar y nos presentan a la cura de la aldea: una señora ya mayor de pelo blanco y aura de tranquilidad.
Tras asegurarle que somos 3 buenos cristianos (las mentirijillas piadosas están permitidas en las investigaciones para libros), nos cuenta que se acuerda perfectamente de Suzuko a pesar de las más de 3 décadas transcurridas desde que se fue. También nos dice que en Dabalang siempre ha habido una numerosa comunidad cristiana y nos preguntamos si eso tuvo algo que ver en las buenas relaciones con los japoneses (en la familia de Genya no creían que tuviese relación).
La última visita de la mañana es a una mujer amiga de la familia que cuidaba a Genya cuando era pequeño. Había enviudado apenas un mes antes y se la notaba alicaída, pero se alegró mucho de verle. También les hizo la típica pregunta de a ver a que esperaban para tener hijos, algo a lo que ya estaban acostumbrados. Caminando de vuelta a casa, Genya me contó que cuando su padre tenía unos 6 años, se puso muy malo de repente y parecía que se iba a morir. Según la costumbre, lo llevaron a un chamán, que dijo que la única manera de curarle era sacrificando un perro y meter al padre dentro de su piel junto con alguna de las vísceras. El padre mejoró al poco tiempo y se acabó curando del todo, y desde entonces le tiene un enorme cariño a los perros.
La última comida en Dabalang fue, para variar, un gran banquete en el que todo estaba buenísimo. La estrella del menú era una gallina a la que iban a sacrificar para prepararla al ajillo. Me preguntaron si iba a llevar bien lo de ver la matanza, porque en la última visita de Genya una amiga suya japonesa se había desmayado al verlo y tuvieron que llevarla al hospital y ponerle suero intravenoso. Por si acaso me fui de paseo cuando le iban a cortar el pescuezo. Al acabar la comida llegó el momento de coger el autobús de vuelta a Huanan.
Durante toda mi estancia allí, la familia de Genya fueron unos anfitriones estupendos. Como todavía no me habían dejado pagar ni una sola comida o actividad, le dije a Gen que me ayudase para, al menos, invitar a la cena de esa noche. Simulando ir al baño, fuimos a la caja y pedimos la cuenta. Al ver el importe no nos lo podíamos creer: ¡56 yuanes (8 euros) por un buffet hot pot para 9 personas!. Justo cuando iba a sacar la cabeza por la puerta del restaurante para invitar a todo el barrio, salió la tía y nos dijo que ya habían pagado la comida por adelantado y que lo que yo había pagado eran las bebidas. Así que fracaso doble: no conseguí invitarles y además me echaron la bronca por pagar.
Nuestro último día en Huanan fue bastante más calmado. Por la mañana estuvimos tranquilamente en casa traduciendo documentos oficiales sobre Suzuko, intercambiando fotos y poniendo parte de la información recopilada por escrito. Por la tarde nos fuimos de compras con su primo mayor, que durante todo el viaje cuidó de mí estupendamente y al que desde aquí doy las gracias. A petición mía nos llevó a un sitio donde vendían monedas antiguas y conseguí encontrar 2 de Manchukuo y una de Japón de la década de los 30. Con lo que me apasionan las monedas, fue un colofón perfecto al viaje.
Y aquí acaba el relato de unos días inolvidables y diferentes que dieron de si mucho más de lo que podía haber esperado. A la mañana siguiente volé con Cris desde Jiamusi a Beijing. Yo me quedaba en la capital para pasar el último día paseando antes de regresar a Londres. Cris seguía hasta Tokio para rematar los preparativos de su siguiente en inmediata aventura con Gen: el Transiberiano. Un par de días más tarde Gen iba a ir en bus hasta Vladivostok para encontrarse allí con Cris y subirse al tren. Ya me podía haber quedado con ellos una par de semanitas más…
¡Ya está el libro a la venta!: La mujer que visitaba su propia tumba
Crónicas Manchurianas (0): Prólogo al Proyecto Manchukuo
Crónicas Manchurianas (1): preparativos e itinerario del viaje
Crónicas Manchurianas (2): De Londres a Shenyang, ¿Cómo se va uno a Manchuria?
Crónicas Manchurianas (3): De Mukden a Shenyang
Crónicas Manchurianas (4): Un día con el último (o el primer) emperador
Crónicas Manchurianas (5): A la caza de edificios en Changchun y Harbin
Crónicas Manchurianas (y 7): Epilogo. 8 cosas que aprendí viajando por el norte de China
El restregador impacta pero más aún la cama Kang y la manchu-romería. De tus líneas se desprende que ha sido una aventura épica que recordadas siempre. 3000 buenas palabras si señor :). El libro posiblemente supere en líneas al Antiguo Testamento? Bueno ponte a ello que tengo ganas de leer la historia de la abuela de Genya.
Y lo suavito que me quede por todas partes… 😀
Si, ha sido toda una aventura, sobre todo divertida y un viaje un poco distinto, mas centrado en vivencias personales que en monumentos o lugares espectaculares.
a ver si cuando me ponga a escribir la cosa va saliendo fluida o me espera un parto dificil y largo
Gran relato de tus aventuras manchúes, me ha encantado a pesar de que sale Fu Manchú. Espero el libro con ansiedad!
Como me he reído con lo del onsen chino xD madre mía jaja pa’ verte la cara jaja
Oye, deseo de corazón que escribas ese libro. Me has dejado con muchas ganas de saber sobre la historia de esa gente, tanto chinos como japoneses, que tuvieron que convivir en un paraje tan duro…
Un abrazo!
Aguante estoicamente, como un campeon, pero Genya se moria de la risa el tio.
Espero ponerme pronto a darle a las teclas, porque tengo la impresion de que me va a llevar bastante. La historia tanto de Manchukuo como de los colonos es apasionante, espero saber transmitirla
un abrazo!
Jajajajjaja me imagino como se reiría Gen, por que claro está que Cris no estaba presente, sino las risas de ella las hubiésemos escuchado desde aquí. Enhorabuena Nacho, el relato es emocionante, me ha encantado.
Saludos cartayeros.
Por lo que nos dijo, ella concentraba atención también, sobre todo ciertas partes 🙂
Me alegro de que te haya gustado, pero que sepas que lo que toca de verdad es un intercambio de familia Cartaya-Dabalang. Eso si que no me lo perdería por nada 😆😆😆 saludos!!
Interesantísimo relato, creo que el final de tu estancia en Dongbei no pudo ser mejor. Como suele pasar casi siempre, el mundo rural ofrece una forma de ver la vida que no se encuentra en el urbano. Por cierto, los baños de Dabalang me recuerdan a los que he «visitado» en alguna ocasión en aldeas rumanas.