Manchukuo, la utopia en llamas (y II)

Segunda parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Segunda parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Primera parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Tras un tiempo dándole vueltas, he resuelto el misterio que rodeaba al coche de Puyi, el emperador de Manchukuo
Tras cuatro años y medio de arduo trabajo, por fin ha salido a la venta mi primer libro: “La mujer que visitaba su propia tumba. Una historia de Manchukuo”.
Suzuko nació en Yasuoka, un pueblo pequeño y remoto situado en las montañas del sur de la prefectura de Nagano. Es la tierra ancestral de su familia, los Iwasaki, que siguen viviendo allí mismo o en zonas cercanas. Genya y yo nos fuimos a pasar unos días “al rural” japonés para conocer las raíces de Suzuko, entrevistar a su sobrino, visitar el museo de los colonos que se fueron a Manchukuo y atender la reunión anual de los supervivientes, a la que nos habían invitado.
Sexto y tercero. O tercero y sexto. Mi tercer viaje de investigación para el Proyecto Manchukuo iba a ser también mi sexto viaje a Japón. El objetivo principal del que probablemente sea mi último viaje relacionado con el libro era ir a Yasuoka, pueblo natal de Suzuko. Tocaba cerrar el círculo.
Manchukuo, agosto de 1945. Fangzhen se convirtió en la tela de araña donde se iban quedando atrapados los colonos japoneses de la zona que iban llegando desde que se supo de la invasión soviética. Una vez allí descubrían que su ruta de huida acababa en el rio Songhua y que el ansiado barco que les llevaría de vuelta a casa no iba a aparecer.
De entre todos los lugares que son una ventana a la crueldad exhibida por los japoneses durante la época colonial, el más extremo de todos es la UNIT 731. Lo ocurrido allí les hace merecedores del poco distinguido título de “los nazis del este”.
De todas las ciudades de Manchuria/Dongbei que vi el año pasado, Harbin fue la que más me sorprendió y la más bonita con diferencia. Yo ya la conocía por su mundialmente famoso festival de hielo que todos los años atrae a miles de turistas en pleno invierno, pero no me esperaba la magnitud y belleza de su esplendorosa herencia rusa. Tocaba volver porque me había dejado dos espinas clavadas, una grande y una pequeña, y era hora de sacarlas.