Crónicas de Yasuoka (y II)

Viene de Crónicas de Yasuoka (I)

Suzuko nació en Yasuoka, un pueblo pequeño y remoto situado en las montañas del sur de la prefectura de Nagano. Es la tierra ancestral de su familia, los Iwasaki, que siguen viviendo allí mismo o en zonas cercanas. Genya y yo nos fuimos a pasar unos días “al rural” japonés para conocer las raíces de Suzuko, entrevistar a su sobrino, visitar el museo de los colonos que se fueron a Manchukuo y atender la reunión anual de los supervivientes, a la que nos habían invitado. Como decían Los Panchos, “me voy p’al pueblo, hoy es mi día”.

Y ese día fue el 1 de junio. Nos levantamos a las 5 de la mañana para coger el autobús que salía de Shinjuku a las 7 con destino a Iida. Apenas encontramos tráfico y llegamos en algo menos de 4 horas. En Iida alquilamos un coche, ya que moverse por Yasuoka sin vehículo propio es muy complicado y preferíamos no depender de nadie. Desde allí hasta Yasuoka tardamos sobre una hora, disfrutando una carretera serpenteante que subía poco a poco hacia las montañas. Más que un pueblo en sí, Yasuoka me pareció un grupo de casas desperdigadas por las laderas de una pequeña cordillera, sin centro urbano aparente ni cohesión más allá de la cercanía geográfica. Los inviernos son duros y un grueso manto de nieve lo cubre todo, pero sin suda la primavera le sienta estupendamente, con los frondosos bosques luciendo sus mejores galas verdes y una explosión de vida bajo un sol radiante.

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El rio Tenryu en Yasuoka

Nuestra primera parada fue el ayuntamiento. Deben estar acostumbrados a que familias chinas de repatriados se acerquen a consultar cosas, porque me fijé que lo primero que le preguntaron a Genya fue que si hablaba japonés. La coordinadora provincial de temas de repatriación (o algo así) estaba allí por casualidad y reconoció a Genya. Era una señora muy dicharachera y habladora que nos dedicó un montón de tiempo, respondiendo preguntas y dando explicaciones. Estaba al tanto de que llegaba un famoso escritor español que está escribiendo un libro sobre Yasuoka y Manchukuo y fue todo amabilidad y sonrisas conmigo.

Cerca del ayuntamiento está el memorial dedicado a los colonos de Yasuoka que emigraron a Manchuria. Lo preside un sencillo monolito cuya inscripción frontal dice “Este monumento es para que descansen en paz”, y en la parte trasera cuenta brevemente la historia de los colonos y pide que haya paz en el futuro. Al lado hay dos estelas con los nombres de los vecinos de Yasuoka que murieron en Manchuria sin poder regresar a Japón, una es para los soldados y otra es para los colonos. En el caso de los colonos, fueron más del 50%, un porcentaje abrumador y que es una buena prueba de lo mal que lo pasaron cuando Japón perdió la guerra y los dejó abandonados a su suerte. En la lista estaba Kesano, la madre de Suzuko, y su nombre en la estela nos dio una pista importante para lo que luego fue un descubrimiento muy importante y decisivo (lo siento, spoilers en el libro).

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Los colonos que no regresaron de Manchukuo

El tío de Genya, Zenkichi, tiene 83 años y es el sobrino de Suzuko, hijo mayor del mayor de sus hermanos, Shoichi, que murió hace ya mucho. El y su mujer, Mishiko, viven en la que ha sido desde hace generaciones la tierra de la familia Iwasaki, en una de las zonas más elevadas y remotas de Yasuoka, con el vecino más cercano a varios cientos de metros. La casa familiar es una típica casa rural japonesa, hecha en madera, con habitaciones con tatamis y puertas corredizas de madera y papel, muy pocos muebles y muy amplia. Cuando llegamos, y a pesar del calor, su tío estaba a pleno sol plantando. La finca tenía un tamaño considerable y me sorprendió que una persona de su edad pudiese con todo a pesar de que tenía unos cuantos tractores y maquinas. Genya me aclaró que en la época de la siembra y en otros momentos puntuales le ayudaban sus hijos. Los japoneses llegan a muy mayores por genética y alimentación, pero no me cabe duda de que también es porque se mantienen muy activos hasta el final. Las presentaciones fueron más formales de lo que yo estoy acostumbrado, con reverencia en el suelo y todo. Antes y durante la cena entrevistamos largamente a su tío. Nos contó muchas cosas, mezclando cosas sobre Suzuko, la familia y la gente cercana del pueblo. Fue realmente útil para cerrar algunas cosas y resituar algunas piezas del puzle. La cena fue un auténtico banquete en forma de hotpot y cuando ya estábamos terminando vino su hijo mayor a acompañarnos. Antes de irme a la cama me fui a dar un paseo para bajar la cena. No había ni una luz en los alrededores, el cielo estrellado era precioso y la tranquilidad era absoluta.

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Los tíos de Genya, Zenkichi-san y Mishiko-san

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Las tierras de los Iwasaki

Dormí de maravilla con sólo el ruido del bosque de fondo y nos levantamos más tarde que los tíos de Gen, que suelen empezar el día al poco de salir el sol. Mientras desayunaba vino una de sus hijas, que tuvo el detallazo de comprarme desayuno occidental por si no me gustaba el japonés. Me trajo croissants, pan, leche, zumo…en cantidad suficiente por si me daba por quedarme dos meses enteros. La verdad es que fue un encanto y como hablaba algo de inglés pudimos comunicarnos mínimamente.

Llegamos al hall donde se celebraba el encuentro anual de la asociación de supervivientes de Manchuria con antelación. Un señor llamado Jun Ikeda, que iba a contar su experiencia durante la reunión, accedió amablemente a ir antes para concedernos una entrevista. Llegó puntual a la una y saludó a Genya, al que ya conocía de cuando había estado investigando cosas de su abuela un par de años antes. Ikeda-san, más cerca de los 90 que de los 80, es un hombre calmado y de maneras agradables pero despierto. Genya le estuvo entrevistando mientras yo me mantenía al margen grabándolo todo en video y sacando fotos, para asi optimizar el tiempo y no ralentizarlo todo con la traducción. Cuando apenas llevábamos 20 minutos llegó el otro superviviente que iba a hablar en la reunión, Nakajima-san. A sus 82 años tiene una energía propia de un adolescente, con una voz expansiva y atronadora inusual en un japonés. Se sentó con ellos y fue como un ciclón, “secuestrando” la entrevista y contando cosas que le salían a borbotones y sin parar.

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De izquierda a derecha, Nakajima-san, Genya e Ikeda-san durante la entrevista

A las 2 comenzó el encuentro con unas palabras del presidente de la asociación seguidas por un largo discurso del alcalde de Yasuoka. Pasaron a los presupuestos y demás asuntos del orden del día antes de que le llegase el turno de compartir sus recuerdos a Ikeda-san. Estuvo algo menos de 20 minutos en el estrado antes de dejar su lugar a Nakajima-san que, igual que antes con nosotros antes, fue un volcán. Habló durante  más de una hora apasionadamente y sin respiro, consiguiendo acabar con la batería de mi cámara de video. Cuando le pregunté a Gen que qué había contado durante semejante tour de force, me respondió con sorna: “desde el día que nació hasta hoy, todo”. A todo esto yo llevaba más de 3 horas oyendo hablar japonés sin enterarme prácticamente de nada, pero con mi mejor sonrisa de actos sociales.

Al acabar oficialmente la reunión hubo un banquete estupendo (subvencionado imagino) por el que pagamos la muy módica cifra de 500 yenes. Nada más empezar nos invitaron a Genya y a mí a levantarnos y decir unas palabras. Gen habló de la historia de su familia y por supuesto de Suzuko, a la que pocos conocían por haber regresado tan tarde (1986) y al poco haberse ido a Tokyo, con lo que apenas pudo participar en temas de la asociación. Luego tradujo mientras yo contaba mi importante conexión con Japón a través de mi hija, que se había hecho aún más profunda desde que empecé con el libro, mi pasión por el tema de Manchukuo y lo importante que era el libro para mí. También que era un honor estar allí y prometí hacer todo lo posible por escribir un buen libro, claro.

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Con Jun Ikeda

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Con Toyama-san (izq) y el presidente de la asociación

Durante la comida se nos acercó casi todo el mundo a intercambiar unas palabras, siendo la pregunta recurrente cuando estaría listo el libro y si volvería a Yasuoka a presentarlo. Me hizo mucha ilusión que Ikeda-san y otros supervivientes me agradeciesen efusivamente (para estándares japoneses, claro) el que quisiese dar a conocer su historia en otro país, continente e idioma. Me llamó la atención la costumbre de que cuando ibas a hablar con alguien le llenabas el vaso de cerveza como muestra de cortesía antes de empezar la conversación. Si el vaso ya estaba lleno se bebía un sorbo para que se pudiese rellenar. Ya convertido es una especie de celebridad local, el banquete acabó de una manera sorprendente: haciendo mi primer banzai! por el emperador. Tras ver el gesto miles de veces en películas y libros de la época imperial, me pareció anacrónico y me sentí un poco raro, pero también fue curioso. Supongo que no haré muchos más.

Terminada la reunión, Nakajima-san nos invitó a su casa para seguir contándonos cosas. Se fue a Manchukuo siendo un niño y volvió apenas empezada la adolescencia, pero esos años marcaron su vida hasta tal punto que la ha dedicado a la memoria de los colonos y de los que no volvieron, como su hermana. Su casa es poco menos que un museo llena de información con libros, DVDs, revistas, panfletos y sobre todo muchísimas fotos. Al igual que durante la reunión, su energía y sus ganas de compartir información eran desbordantes, y siguió respondiendo a nuestras preguntas mientras veíamos un video de visitas de la asociación a Fangzhen o seriales de televisión dedicados a la huida de los colonos. Una gozada, justo el tipo de persona que necesitas cuando buscas información y yo muerto de pena no entender japonés, aunque Gen me lo traducirá cuando le ponga la pistola en la cabeza. Nos dejó llevarnos bastante material para copiarlo por la noche y quedamos en vernos al día siguiente para devolvérselo. Tras otra cena fiestón cortesía de los tíos de Genya, me retiré a mis aposentos temprano para comprobar, clasificar y copiar en lo posible el material que nos había prestado Nakajima-san.

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Genya y Nakajima-san en la puerta de su casa

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La colección de bonsais de Nakajima-san

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En casa de Nakajima-san

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Manchukuo, sobre 1942. Foto de los habitantes del asentamiento 4. Nakajima-san es uno de los niños

Tras un rico desayuno de los de mojar el croissant en la sopa miso, empezamos el ultimo día en Yasuoka visitando la tumba de la familia Iwasaki. Situada en un promontorio junto a la casa, hay una tumba principal más reciente, bonita y cuidada, donde están el padre y la madre de Suzuko, su hermano Shoichi y la mujer de éste. Alrededor hay pequeñas lapidas, la mayoría desgastadas por el tiempo y con las inscripciones irreconocibles, de generaciones anteriores de la familia. Tras el ritual de lo habitual (lavar, flores, ofrenda, fotos), los tíos de Genya se ofrecieron a llevarnos a la tumba de los Sugaguchi, a unos 10 minutos en coche.

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La tumba de la familia Iwasaki

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Estaba en un pequeño claro del bosque, un poco en mitad de la nada. La tumba, discreta, consistía en un pequeño monolito algo ajado por el tiempo con una inscripción. A un par de metros, apenas marcada por una piedra, estaba la tumba en la que habían sido enterrados los “restos” de Suzuko tras ser oficialmente dada por muerta en 1972. En realidad enterraron una urna de madera llena de papeles con su nombre escrito en ellos. Para Genya, que no había estado allí antes, fue un momento muy emocionante, y para mi también, ya que para mí desde el principio la historia de Suzuko fue la de “la mujer que visitaba su propia tumba”, y ahora por fin estaba delante de ella.

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Genya junto a la tumba de los Sugaguchi

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La tumba donde fue «enterrada» Suzuko

Nos despedimos de sus tíos, a los que desde aquí agradezco lo bien que me trataron y la paciencia que mostraron con todas las preguntas, y fuimos a casa de Nakajima-san a devolverle sus cosas. Como esperábamos, Nakajima-san no nos dejó escapar tan fácilmente. Pasamos más de una hora en su casa y, mientras veíamos videos y fotos, le estuvo contando a Genya cotilleos, algunos de ellos francamente escabrosos. Yo no me enteré hasta después, pero solo había que ver cómo le cambiaba la cara a Gen. Los pondré en la versión director’s cut del libro.

La última visita en Yasuoka era otro de los puntos fuertes: el museo dedicado a los peregrinos que fueron a colonizar Manchuria. Nos hizo de anfitriona Tomomi Shimazaki, una de las trabajadoras del museo. Me había puesto en contacto con ella hacía unos meses porque habla inglés y desde entonces me ha estado ayudando en temas de documentación con la enorme paciencia que implica el responder a mis infinitas preguntas. Cuando le comenté que iba a ir a Yasuoka con Gen, fue ella la que tuvo el detallazo de organizar que nos invitaran a la reunion y además se ofreció a hacerme una visita guiada del museo. Con todo lo que llevo estudiado y aprendido en estos años de los colonos japoneses que fueron a Manchukuo, el museo me resulto un sitio enormemente familiar a pesar de no haber estado antes. Durante dos horas disfruté muchísimo de las fotos, posters, videos, objetos y explicaciones del museo, y la ayuda de Tomomi-san fue esencial ya que la mayor parte estaba en japonés. Al acabar la visita se sentó con nosotros a responder con paciencia a las preguntas que tenía preparadas, algunas de ellas realmente complicadas. En vez de mandarme a paseo, me sonreía y me decía “tus preguntas me obligan a ser mejor en mi trabajo y creo que eso es bueno”.

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Con Tomomi-san en la entrada del museo dedicado a los colonos

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Team Suzuko. Espero que podamos volver pronto a presentar el libro

Aún bajo un sol radiante condujimos de vuelta a Iida, solo que esta vez era yo el que iba al volante disfrutando del paisaje y la carretera. Mientras esperábamos el autobús de vuelta nos sentamos en un banco a comer un bento, comentando animados pero también cansados lo intensos y productivos que habían sido los días en Yasuoka. Ya en el autobús me preguntaba si volveré alguna vez, y espero que sí, a presentar el libro, y que gente como Ikeda-san y Nakajima-san estén allí para verlo.

¡Ya está el libro a la venta!: La mujer que visitaba su propia tumba. Una historia de Manchukuo

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