Nuevas Crónicas Manchurianas (4): La UNIT 731

Una de las razones subyacentes que me han llevado a escribir un libro sobre Manchukuo (y por extensión sobre la época colonial/imperialista de Japón) fue ver si, en el proceso, soy capaz de entender mínimamente el brutal cambio en la psique colectiva japonesa de antes/después de 1945 (sin recurrir al chiste fácil del interruptor atómico). Los japoneses, que ahora tienen justificada fama de ciudadanos modelo, respetuosos y civilizados, fueron tremendamente crueles tanto con los pueblos que sometieron como con los prisioneros de guerra durante las décadas del imperialismo. Los chinos se llevaron, de largo, la peor parte. De entre todos los lugares que son una ventana a la crueldad exhibida por los japoneses, el más extremo de todos es la UNIT 731. Lo ocurrido allí les hace merecedores del poco distinguido título de “los nazis del este” y es capaz de hacer enarcar las cejas a los más curtidos en crímenes de guerra. Situada en un apartado y solitario suburbio de Harbin llamado Pingfan, en el corazón de Manchuria, la UNIT 731 fue el mayor y más activo de los centros del ejército japonés dedicados a los experimentos relacionados con la guerra biológica.

Como ya comentaba en el capítulo anterior de las Nuevas Crónicas Manchurianas, en mi visita a Harbin el año pasado no pude visitarla por estar en obras y fue una espina que se me quedó clavada. Antes de este nuevo viaje me dijeron que ya había abierto de nuevo (gracias Yuan) e inmediatamente pasó a ser destino obligado. Si hace un año había ido hasta allí en taxi, al pisar terreno familiar esta vez me atreví a hacerlo en autobús de línea, ya que la diferencia de precio por trayecto es de 55 a 2 yuanes nada menos. Al verme subir, el conductor del autobús 343 pensó que me había equivocado y me preguntó varias veces que a dónde iba al (incomprensiblemente) no entender mi (académica y perfecta) pronunciación de Pingfan, el suburbio en el que se encuentra. Finalmente se lo mostré por escrito, asintió con la cabeza y me dio a entender que ya me avisaría cuando tuviese que bajarme.

Algo menos de una hora más tarde estaba frente a la entrada del recinto y extasiado al comprobar que las excavadoras y los obreros del año anterior habían dado paso a un enorme edificio rectangular de una planta, de color negro y con el tejado en forma de diente de sierra coronado por 3 amenazadoras chimeneas. Junto a las ruinas de lo que fue la UNIT 731 han construido un enorme museo que, al ser un Centro de Educación Patriótica, es gratuito (aunque hay que pagar 15 yuanes por la audioguía). El museo cuenta con todo detalle el nacimiento y evolución del proyecto, la construcción de la UNIT 731 y, por supuesto, las bestialidades cometidas por los japoneses en sus instalaciones.

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Entrada al Museo de la UNIT 731

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En 1932 se crea en Tokyo el Laboratorio del Ejército para la Investigación y Prevención de Epidemias, un nombre bastante inocuo que escondía un proyecto secreto para el estudio de las posibilidades de la guerra bacteriológica. Pusieron al mando a un personaje absolutamente siniestro, Shirō Ishii, un médico de alto rango del Ejercito Imperial Japonés. Ishii había pasado dos años (1928-29) en Europa estudiando a fondo los efectos de los ataques con armas químicas durante la Primera Guerra Mundial y volvió convencido de que su desarrollo era esencial para el futuro militar de Japón. Sus superiores quedaron muy impresionados con sus propuestas y le dieron carta blanca para poner en marcha el proyecto.

Dado el carácter secreto y la naturaleza de los experimentos que se iban a realizar, se transfirieron las instalaciones a las remotas estepas del corazón de Manchuria, concretamente a Beiyinhe, a 100 Km al sur de Harbin. En 1936 se decidió expandir considerablemente el proyecto, pasando a llamarse Departamento de Prevención de Epidemias y Purificación de Aguas del Ejército de Kwantung e integrándose en el organigrama de éste último. Debido a varios incidentes y problemas de seguridad en Beiyinhe se construyó el complejo de Pingfan y en 1939 se trasladó aquí el grueso de las operaciones y a la élite de los científicos del departamento. Aunque fue la mayor y más importante, la UNIT731 no fue la única base de este tipo que se construyó, ya que también hubo otras en Changchun, Nanjing, Guangzhou y Singapur, trabajando todas de forma coordinada.

Las primeras salas se centran en la génesis y desarrollo del proyecto, mostrando pruebas irrefutables de su existencia y su objetivo, así como el hecho de que todo el mando del ejército, incluyendo al mismísimo emperador Hirohito, tenía constancia de los progresos y de lo que ocurría. El tono se vuelve mucho más sombrío y duro cuando se pasa a las salas en las que se describen los diferentes experimentos que se llevaban a cabo en seres humanos vivos. Las víctimas solían ser prisioneros de guerra o miembros de la resistencia, aunque si era necesario recurrían a campesinos locales o vagabundos. La mayoría de ellos eran chinos, pero también hubo coreanos, mongoles y rusos. Se les deshumanizaba llamándoles maruta, que en japonés significa “madera” o “tronco”. La razón para llamarles así fue una especia de chiste, ya que cuando estaban construyendo el sitio la versión oficial es que iba a ser un aserradero, pero el término cuajó por el macabro doble sentido de que los prisioneros eran material fungible y “desechable” tras su uso.

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Maqueta del complejo

En una de las salas habían recreado una serie de experimentos en los que ataban a prisioneros a postes en forma de cruz y los colocaban formando un círculo. En el centro detonaban bombas que contenían el tipo de bacteria con la que querían experimentar. Para que los maruta no muriesen instantáneamente, les cubrían la mayor parte del cuerpo con planchas de metal, dejando solo ciertas partes expuestas. Los prisioneros recibían heridas que se infectaban, muriendo días después entre terribles dolores mientras los doctores monitorizaban su evolución. Este tipo de experimentos eran la excepción. La mayoría de las veces se les infectaba de una forma mucho más prosaica: inyectándoles directamente la bacteria o el virus o gaseándolos. Otros experimentos habituales eran amputar miembros para que se gangrenasen o comprobar el efecto de la pérdida masiva de sangre, extirpar órganos vitales o secundarios y estudiar cuanto tiempo aguantaban los prisioneros sin ellos, diversos tipos de trasplantes…todo sin anestesia.

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Se consideraba esencial estudiar el estado de los órganos antes de que la muerte de las victimas infectadas pudiese tener algún efecto sobre ellos y alterar el resultado de los experimentos. Por ello las vivisecciones para extraer los órganos se hacían cuando los prisioneros aún estaban vivos, la mayor parte de las veces sin anestesia. Especialmente crueles eran las vivisecciones a mujeres embarazadas para comprobar si las enfermedades habían sido transmitidas al feto. Aunque sea una obviedad decirlo, los maruta morían irremisiblemente durante el proceso. Según los registros se experimentó con unos 50 tipos de bacterias y virus (ántrax, cólera, peste bubónica, tuberculosis y tifus principalmente), siendo las 3 primeras las que demostraron ser más letales y manejables de cara a aplicarlas en la guerra bacteriológica.

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Una madre y su hijo siendo gaseados con armas quimicas

Alrededor del museo están las ruinas de lo que fueron las instalaciones de la UNIT 731. A pesar del intento de los japoneses por hacer desaparecer las pruebas dinamitando y derruyendo todo lo que pudieron, quedan numerosos restos. El edificio principal, que albergaba oficinas, salas médicas y despachos, ha sido totalmente restaurado y se puede visitar. Algunas partes (como la zona del laboratorio bacteriológico) aún están siendo excavadas, estando actualmente resguardadas por techos de metal y tienen pasarelas de madera que las atraviesan para poder ver el yacimiento desde más cerca.

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La garita de entrada en la puerta sur

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Edificio principal

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Interior del edificio principal

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Laboratorio bacteriológico y prisión especial

Una parte muy interesante de las ruinas se haya un poco apartada del resto, justo en la parte más alejada de la entrada. Para llegar hay que salir del complejo, cruzar una vía del tren (que, aunque muy escaso, tiene tráfico) y pasar un edificio habitado que construyeron durante los años en que los restos estuvieron abandonados a su suerte (no es difícil encontrarlo, viene indicado en el mapa que te dan y está bien señalizado). Aquí, en una zona acotada que parece un parque, está el edificio del Laboratorio de Congelaciones. A los maruta se les exponía a bajísimas temperaturas para que se les congelasen las extremidades, en invierno sacándolos semidesnudos al exterior con -30 grados y en otros momentos del año en las cámaras frigoríficas del laboratorio. Posteriormente se vertía agua a diferentes temperaturas para comprobar cuál era la ideal para la descongelación, siguiendo con amputaciones y demás experimentos hasta la muerte de la víctima. También en esta zona se puede ver los restos del edificio donde se criaban las ratas y otros animales en los que se incubaban las enfermedades. La otra gran estructura que queda en pie es un muro de ladrillo con dos grandes chimeneas de lo que fue la sala de calderas, y es que no hay sitio siniestro que no tenga unas cuantas chimeneas…

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Laboratorio de Congelaciones

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Interior del Laboratorio de Congelaciones

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Recreación de un experimento con cogelaciones

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Criadero de ratas para incubar enfermedades

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Interior del criadero de ratas

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Restos de la sala de calderas

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Se calcula que entre 3.000 y 4.000 personas murieron en las instalaciones de la UNIT731 debido a los experimentos, con las estimaciones más altas yéndose a los 12.000. Las armas desarrolladas en Pingfan fueron utilizadas contra la población civil china en zonas no controladas por los japoneses, provocando plagas que acabaron con más de 200.000 personas. Para los que aun crean en los cuentos de hadas o en las películas de Disney, los principales culpables nunca fueron condenados, ni siquiera juzgados. Recibieron inmunidad total por parte de los Estados Unidos (otorgada por MacArthur) a cambio de los resultados de los experimentos, que según ellos tenían un valor incalculable (es decir, lo que siempre quisimos hacer pero nunca tuvimos huevos) y que no podían caer en manos soviéticas. Shirō Ishii murió en 1959 habiendo pasado sus últimos años trabajando como pediatra en Tokyo y ayudando al gobierno estadounidense como consultor en armas biológicas. Otros máximos responsables de los experimentos tuvieron fructíferas carreras en medicina y política cuando volvieron a Japón, siendo ayudados por el gobierno de ocupación de Estados Unidos. Los soviéticos consiguieron juzgar a algunos de los responsables menores y condenarlos, pero las acusaciones y juicios fueron presentados en occidente como “propaganda comunista”. Hasta hace relativamente poco Japón seguía negando la existencia del proyecto y de la UNIT 731, y aunque ahora lo hace, los intentos de las víctimas y sus familiares por recibir alguna compensación monetaria han sido infructuosos.

De entre todos los museos que he visto en Dongbei/Manchuria relacionados con la ocupación japonesa (que son prácticamente todos), el de la UNIT 731 me pareció uno de los mejores, si no el mejor. Las explicaciones son exhaustivas y todo está en inglés (hasta el punto de que la audioguía  no es realmente necesaria), hay infinidad de fotos que ponen los pelos de punta, objetos utilizados durante la época que funcionaba y salas que reconstruyen al detalle el horror de los experimentos. En ciertos aspectos me pareció un lugar con un aura tan cruel y sórdida como Auschwitz y sin duda merece la pena visitarlo. Abre de 9am a 4pm y aconsejo llevar comida, ya que se tarda bastante en si se quiere ver con tranquilidad (yo estuve 5 horas y media), no tiene cafetería y no es fácil encontrar sitios para comer en los alrededores sin hablar chino. Hay al menos media docena de libros monográficos sobre la UNIT 731 en inglés (fáciles de conseguir en sitios como amazon) y en esta web se pueden ver algunas fotos antiguas (salen muchas más haciendo una búsqueda rápida en google images).

¡Ya está el libro a la venta!: La mujer que visitaba su propia tumba

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6 comentarios en “Nuevas Crónicas Manchurianas (4): La UNIT 731

  1. Estas visitas son muy duras…pero siempre están en mi primera línea de interés. Esta cruel historia no ha de ser olvidada.
    Sabes que soy fan de Japón, pero no por ello hay que esconder o obviar lo que se hizo.
    Leí un libro (creo que recomendación tuya??) donde intentaban explicar el porque los soldados japoneses se comportaron como lo hicieron…manipulación en grupo (por psicópatas) etc…
    Que los grandes criminales de guerra fueran perdonados por USA tiene tela…mucha tela…
    en fin, largo tema sobre el que debatir.

    un saludo, me sigue interesando mucho tu trabajo ya lo sabes 😉

  2. Ya sabes que a mí este tipo de lugares no me atrae, aunque cometí el pecadillo de visitar el Museo del Genocidio Armenio en Yereván, que también tiene tela. No sé si me atrevería a ir hasta éste, a pesar de su indudable interés histórico. No me cabe en la cabeza que en el infausto siglo XX algunos (presuntos) seres humanos se empeñaran en cometer atrocidades tan terribles con otros seres humanos. Debe ser que, como decía Beria, la muerte de un ser humano es una tragedia pero la muerte de miles es simple estadística.

    Excepcional documento, enhorabuena.

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