Manchukuo, la utopia en llamas (y II)

Segunda parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Segunda parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Primera parte de un breve resumen de la historia de Manchukuo.
Tras un tiempo dándole vueltas, he resuelto el misterio que rodeaba al coche de Puyi, el emperador de Manchukuo
Tras cuatro años y medio de arduo trabajo, por fin ha salido a la venta mi primer libro: “La mujer que visitaba su propia tumba. Una historia de Manchukuo”.
Manchukuo, agosto de 1945. Fangzhen se convirtió en la tela de araña donde se iban quedando atrapados los colonos japoneses de la zona que iban llegando desde que se supo de la invasión soviética. Una vez allí descubrían que su ruta de huida acababa en el rio Songhua y que el ansiado barco que les llevaría de vuelta a casa no iba a aparecer.
De entre todos los lugares que son una ventana a la crueldad exhibida por los japoneses durante la época colonial, el más extremo de todos es la UNIT 731. Lo ocurrido allí les hace merecedores del poco distinguido título de “los nazis del este”.
De todas las ciudades de Manchuria/Dongbei que vi el año pasado, Harbin fue la que más me sorprendió y la más bonita con diferencia. Yo ya la conocía por su mundialmente famoso festival de hielo que todos los años atrae a miles de turistas en pleno invierno, pero no me esperaba la magnitud y belleza de su esplendorosa herencia rusa. Tocaba volver porque me había dejado dos espinas clavadas, una grande y una pequeña, y era hora de sacarlas.
Antes de que Heathrow se convirtiese en el aeropuerto principal de Londres ese honor le correspondía al de Croydon. Un gran lugar para revisitar los días de aviones de hélice, pistas de hierba y pioneros de la aviación.
La visita fue una sorpresa muy agradable. A pesar de ser (también) un “Centro de Educación Patriótica”, los textos en inglés y la audioguía eran bastante más comedidos e informativos que en el museo “18 de Septiembre”. También había mucha más información en inglés, con muchos detalles interesantes. Pero lo mejor es lo bien conservado que están todos los edificios y cada una de las muchísimas habitaciones y salones. Los muebles, los utensilios para la vida diaria, los pequeños detalles de decoración…todo está cuidadísimo. Más que un museo acartonado, da realmente la sensación de que Puyi y su séquito aún viven allí y que te has colado en un descuido de la guardia pretoriana.