Todo lo necesario para reservar y organizar el Inka Trail lo tenéis en este post. En lo posible las fotos del post están en orden cronológico.
Día 1 – Del kilómetro 77 a Wayllabamba (17km) – El calentamiento.
Llegó el lunes 28 de septiembre de 2015. Tras dos días disfrutando de Cuzco a la vez que nos aclimatábamos a la altura, era el momento de empezar el celebérrimo Inka Trail o Camino del Inca. La fecha llevaba marcada a fuego en el calendario desde que lo habíamos reservado en enero, un siglo atrás en este mundo de la inmediatez. El hacer una de las rutas de senderismo más famosas del mundo y llegar andando a la mítica ciudad inca de Machu Picchu era la razón principal (pero no la única) del viaje a Perú.
Un autobús de la agencia Perú Treks nos recogió a las 5:20 de la mañana y nos pusimos en camino de inmediato. Éramos 15 personas en el grupo. Para los amantes de las estadísticas: 7 mujeres, 8 hombres, 4 canadienses, 3 estadounidenses, 3 británicos, 2 filipinas y 3 españoles por el mundo, 58 años la mayor, 24 el más joven, media de edad unos 32 años.
Atravesando el Valle Sagrado de los Incas, llegamos hasta el pueblo de Ollantaytambo dos horas después y paramos para desayunar. Siguiendo los consejos de David, el guía, comimos bastante (huevos, bacon, tostadas, pancakes, zumo, leche…) para tener el depósito hasta arriba de energía. De vuelta al autobús y ya más desperezados, empezaron las primeras conversaciones para conocernos un poco. Al poco llegamos al punto kilométrico 77, final del viaje en bus y comienzo de la ruta que habríamos de recorrer durante los siguientes 4 días. Habitualmente el Inka Trail empieza en el kilómetro 82, pero había obras importantes en la carretera y como los autobuses no pueden pasar, “nos regalan 5 kilómetros más de Camino Inca por el mismo precio” en palabras del guía.
El lugar donde paró el autobús era un descampado con apenas un puñado de casas alrededor. Sobre un gran plástico extendido en el suelo pusieron los sacos de dormir y las esterillas para que los metiéramos en las mochilas y nos preparásemos para empezar la marcha. Aquí fue donde alquilamos los bastones (a la agencia) y compramos cosas de última hora a vendedores locales que se habían acercado al ver el grupo: un poncho de agua, cinchas para fijar la esterilla a la mochila y un litro de agua para cada uno.
Fue una sensación magnífica y refrescante el comenzar a andar finalmente. El paisaje era muy bonito, con el rio Urubamba a nuestra izquierda y picos nevados no muy lejos a nuestra derecha. Los 5 kilómetros de “producto extra” resultaron bastante incómodos. En teoría eran llanos e ideales para calentar, pero las enormes zanjas que destripaban el camino nos obligaban a subir y bajar túmulos de tierra y cascotes y hacer equilibrio en el estrecho sendero que quedaba para caminar.
Tardamos una hora y media en llegar al mencionado kilómetro 82, en el que hay una caseta-oficina y un gran letrero diciéndote que comienza oficialmente el Inka Trail. El control de pasaportes y documentación fue bastante rápido y sin incidentes. La verdad es que Fran y yo estábamos algo inquietos porque en el papel oficial habían repetido nuestro primer apellido (mostrando nombre y tres apellidos) y, obviamente, no coincidía con el pasaporte. Era obvio que era un error por parte de ellos, pero como nos habían repetido hasta la saciedad lo estrictos que eran con la documentación, hasta que no pasamos no nos quedamos tranquilos.
David nos comentó que desde donde está la caseta y siguiendo el rio, se puede llegar andando a Machu Picchu en apenas una jornada (es el camino que siguen las vías del tren). Dado que esta zona siempre había estado habitada y frecuentada, los expertos argumentan que Machu Picchu no podía haber estado “perdida” hasta que fue redescubierta por exploradores como Hiram Bingham. El camino que nosotros íbamos a seguir y que da un gran rodeo hasta la ciudad-santuario se piensa que se hacía por motivos religiosos o ceremoniales.
Una vez pasas la caseta de control, se cruza el Urubamba por un puente colgante de madera e inmediatamente se empieza a subir la ladera de una montaña. La subida era suave pero constante y el grupo se mantenía bastante compacto. En este primer tramo del camino hacíamos paradas largas (15-20 minutos) cada 30-40 minutos. Nos quitábamos las mochilas y descansábamos mientras David nos contaba la historia de los incas, de los pueblos que les precedieron y de sus imperios. La segunda parada fue en las ruinas de Llactapata, que las teníamos para nosotros solos. Estaban reconstruidas con esmero y muy cuidadas, algo que luego comprobaríamos que es lo habitual en el Inka Trail. Como ya habíamos alcanzado cierta altura, las vistas del valle eran muy bonitas y abajo junto al rio se veía otra sección aún más bonita de las ruinas, rodeadas de terrazas para el cultivo.
Seguimos subiendo con suavidad y llegamos hasta una pequeña comunidad en la que estaba montado el campamento para la comida. En este primer almuerzo ya comprobamos dos cosas que nos alegrarían durante el resto de los días: la comida estaba riquísima y la eficiencia y buena organización de los chasquis (ese era el nombre que recibían los antiguos mensajeros en el imperio inca, prefieren que les llamen así en lugar de “porteadores”). Comíamos en una carpa donde cabíamos bien los 15 del grupo más los dos guías. Las sillas eran de lona, plegables y sin respaldo. Después de comer nos echamos un rato en la hierba y nos quedamos medio amodorrados. Visto en perspectiva se nota bastante que el primer día era una toma de contacto para calentar y acostumbrarnos a las mochilas.
En menos de dos horas de caminata del mismo estilo llegamos a Wayllabamba, el campamento donde se pasa la primera noche. Es una comunidad muy pequeña, quizás una docena de casas de aspecto básico y (juraría que) sin electricidad. Además es la última que encuentras en el Inka Trail. Cuando llegamos no había anochecido aún, pero tampoco quedaba demasiado. Las tiendas ya estaban montadas y los chasquis estaban ajetreados preparando la cena. En cada tienda de campaña dormían dos personas, salvo una chica que había pagado extra por dormir sola. Decidimos que yo iba a dormir con alguno de los del grupo y que Fran y Juan compartirán tienda. El karma me devolvió mi altruismo: los 3 chicos estadounidenses decidieron dormir juntos y me dejaron la tienda para mí solo.
Nada más llegar apareció un paisano vendiendo bebidas y comprobamos que el agua subía considerablemente de precio a medida que lo hacíamos nosotros. Al llegar a la tienda lo primero que hice fue algo que se convirtió en ritual de lo habitual: quitarme toda la ropa y “ducharme” con las toallitas húmedas. No era como meterte en un jacuzzi calentito pero ayudaba a sentirte bastante mejor, sobre todo tras ver que las toallitas se quedaban totalmente marrones del polvo acumulado. El campamento tenía un retrete tipo occidental prácticamente encima de una acequia por donde bajaba a toda velocidad agua de la montaña. El sistema para tirar de la cadena consistía en salir a por un cubo, llenarlo en la acequia y echar agua hasta que se fuese todo. Los baños que habíamos usado anteriormente estaban algo mejor pero a cambio costaban 1 sol. Recomiendo llevar suficiente papel higiénico, porque como se te acabe (y hubo gente en nuestro grupo a la que le pasó), puede ser bastante dramático.
La cena fue aproximadamente una hora y media después de llegar, cuando ya era noche cerrada. En la carpa habían puesto un par de linternas de gas que además hacían de calefactores. La cena estuvo aún mejor que la comida, y se agradecía mucho que no fuese simplemente “energía”. Al terminar David nos dio una charla preparatoria para el día siguiente, el que a la mayoría de la gente le suele resultar el más duro de todos. También nos pidió que eligiésemos un nombre para el grupo, un protocolo importante en el Camino Inca según él. Así nos convertimos en el Team Bambitas, aunque no recuerdo exactamente ni a quien se le ocurrió ni de donde salió exactamente el nombre, pero sonaba bien y a David le hacía reír con ganas cada vez que lo decía.
De cara al día siguiente me sentía optimista, ese día habíamos subido de 2600 a 3100 metros y habíamos respondido bien a la combinación de esfuerzo y altura. Hasta se me pasó por la cabeza que los paseos kilométricos por Clapham Common con la mochila cargada de libros habían servido para algo. Así de iluso e ingenuo era. Para dormir me puse la ropa térmica de la moto (el traje de Spiderman le llama mi hija) y me quedé tranquilo al comprobar que tanto el saco como la esterilla y la tienda eran de buena calidad y estaban en buen estado.
Día 2: De Wayllabamba a Pacamayo (12km) – El Reto.
Aunque hacía una eternidad que no dormía en una tienda de campaña, descansé muy bien y me levanté con energía. El toque de diana fue a las 5, justo antes de amanecer. El desayuno era unos 30-40 minutos después de levantarnos y en ese tiempo tocaba la rutina matinal: lavarse la cara y los dientes, enrollar el saco y la esterilla, meter todo en la mochila de nuevo y dejarla lista para la marcha en un plástico extendido en el suelo. Un pequeño detalle que se agradecía era que te ponían en un cuenco agua caliente para lavarte las manos antes de cada una de las 3 comidas del día, ya que el agua de la montaña estaba a unos cero grados Kelvin más o menos.
A las 6:30 comenzamos el que a mí me parece el día más duro del Inka Trail. Hay que subir desde los 3100 hasta los 4200 metros de altitud que tiene el paso de la Mujer Muerta, y luego bajar otros 600 metros hasta el campamento de Pacamayo. Por algo se le conoce como El Reto. El frescor mañanero hizo que me pusiese la cazadora para empezar a caminar, aunque manteniendo el pantalón corto. A los 20 minutos ya había entrado en calor y me la quité. Salvo que estuviese lloviendo, hice prácticamente todo el Inka Trail en manga corta y pantalón corto.
Ya desde el principio vimos que la etapa tenía poco en común con la del primer día. La subida era bastante más pronunciada, aunque todavía predominaba el camino sobre los temidos escalones. El problema de los escalones cuando vas hacia arriba es que no te permite dar pasos cortos y constantes (plato pequeño-piñón grande) y te obliga a levantar tu peso constantemente, haciendo la macha bastante más dura. También aparecieron los primeros tramos de calzada de piedra, dando más impresión de ser una verdadera ruta inca que antes. Cada poco hacíamos paradas para mirar alrededor y disfrutar las vistas, que eran tremendas, pero sin quitarnos las mochilas. De paso te dabas cuenta lo que ibas subiendo y servía para animarse.
Encontrar tu ritmo y no preocuparte de los demás. Para mí, esa es la clave, sobre todo si no estás acostumbrado a treks en altitud y de esta dureza. Da igual llegar el primero o el último, lo importante es disfrutarlo, algo que cuesta más si vas medio muerto por ir más rápido de lo que te resulta cómodo. Como dice la canción: no hay que llegar primero pero hay que saber llegar. Mantén la perspectiva de que lo estás haciendo para disfrutarlo y que por llegar antes no ganas nada. Es normal que grupos de amigos que vayan juntos no lo hagan al mismo ritmo y te vuelvas a reunir en las paradas. En nuestro caso, Juan subía como un tiro (siendo español, el resto del grupo le acusaba veladamente de dopaje) y Fran y yo íbamos más despacio y haciendo más paradas. Una de las chicas británicas no era capaz de seguir a sus dos amigos y, al empeñarse en ir juntos, tuvieron bastantes fricciones, solventadas al día siguiente cuando cada uno fue al ritmo que le venía mejor. Cada uno tenía su estilo. La señora canadiense de 58 años (experimentada, fibrosa y sin un átomo de grasa) iba muy muy despacio a base de pasos minúsculos, pero a cambio era muy constante y apenas paraba. Adelantarla para que después nos pasase ella (siempre con una sonrisa) cuando nos parábamos fue un clásico del día.
El primer tramo duró aproximadamente 1 hora y 40 minutos y el grupo se dispersó bastante, con diferencias considerables entre el primero y el último. El segundo guía (Nemías) iba siempre cerrando la marcha y jamás te metía prisa, siempre tranquilo y con una sonrisa fuese cual fuese el ritmo. La primera parada duró unos 15-20 minutos. Dado que con la mochila se suda a mares, especialmente la espalda, para no quedarme congelado me quitaba la camiseta en las paradas largas. La ponía a secar en una roca y me ponía una camiseta limpia y la cazadora. Cuando tocaba volver a caminar me volvía a poner la camiseta sudada, que con suerte se había secado (por eso conviene traer camisetas de fibra y no de algodón). Los bastones me parecieron una parte esencial del equipo, y a ratos hasta dudaba de que hubiese sido capaz de hacerlo sin ayudarme con ellos.
El segundo tramo, siempre subiendo de manera constante y con buena pendiente, ya tenía más escalones y se iba haciendo más duro. El día había abierto y lucía un sol la mar de agradable: suficiente para calentar pero no tan fuerte como para deshidratarte rápido. Lo hicimos en algo menos de hora y media, llegué cansado pero aún me notaba bien de fuerzas. Esta parada fue bastante larga y aprovechamos para hacernos la segunda foto de grupo (la primera fue bajo la señal de entrada en el Km82). En esta parada (aproximadamente a las 9:30am) nos sirvieron el segundo desayuno que consistió en palomitas, sándwiches de queso y bebida caliente, y que nos supo a gloria.
El tercer tramo, el último hacia arriba antes de coronar, fue para mí el momento más duro de todo el Inka Trail. Era el más empinado de todos y el que más escalones tenia, pero lo que me afectó de verdad fue la falta de oxígeno por la altura. A pesar de que bajé el ritmo de ascenso y aumenté considerablemente las paradas para recuperar el aliento, comer y beber, el corazón se me salía por la boca cada pocos pasos. Además, no hacía más que buscar el enano que se me había metido en la mochila y que hacía que pesara el doble, pero no conseguí encontrarlo. Tardé en total unas 2 horas (Juan y Fran ya habían llegado), y los últimos 30 minutos los hice apretando los dientes y concentrándome en dar un paso más cada vez, sin prestar ninguna atención al entorno.
Cuando llegué a la cima estaba exhausto como pocas veces, vacío del todo. Tardé unos 15-20 minutos en recuperarme, comiendo con desesperación de la bolsa de frutos secos y gominolas y usando por primera y última vez los geles energéticos. A cambio, el rato en la cima me regaló uno de los dos mejores momentos de todo el Inka Trail. No sólo por las maravillosas vistas y la satisfacción por el reto conseguido, sino sobre todo por la actitud de la gente. Todos los integrantes de los grupos que estábamos ese día se quedaron en la cima a esperar a los demás, aplaudiendo y animando a la gente que llegaba con cuentagotas. Teniendo en cuenta que hubo al menos una hora de diferencia entre el primero y el último, me pareció un gesto muy bonito y espontáneo. Por supuesto hubo foto de grupo una vez estuvimos todos juntos.
Un consejo si eres de los que te gusta salir bien en las fotos y te preocupa tu imagen: no te hagas la típica foto con el cartel que marca la altitud nada más llegar y cuando aún estás reventado. Yo lo hice y parezco un dinosaurio a punto de extinguirse 15 minutos después de caer el meteorito (ver el documento gráfico de abajo). Por cierto, el paso recibe el nombre de “la Mujer Muerta” (Warmiwañusca en quechua) no porque alguna pretérita ninfa inca hubiese acabado aquí sus días, sino porque el contorno de la cumbre de la montaña que hay justo enfrente tiene la forma de una mujer acostada. Yo, quizás porque apenas me llegaba la sangre al cerebro, no lo vi nada claro.
Desde la cumbre aún tocaba caminar un par de horas hasta el campamento, aunque era todo cuesta abajo. Prueba de que el cansancio que tenía era de respiración y no de piernas es que lo hice sin demasiados problemas y sintiéndome muy bien de fuerzas. La pendiente no era demasiado fuerte y predominaba el pavimento liso sobre los escalones. Las vistas del otro lado del valle eran realmente bonitas y en el descenso se apreciaban mucho mejor. Cuando aún faltaba una hora para llegar se puso a llover, así que pudimos estrenar los ponchos de agua. El tener que caminar un rato bajo la lluvia me pareció un buen colofón al día por aquello de la novedad y de probar todas las situaciones, pero me alegré cuando finalmente llegué al campamento.
El campamento de Pacamayo era bastante más grande que el del día anterior, con hasta 16 zonas para acampar, una por grupo, ligeramente aisladas las unas de las otras. Las infraestructuras eran ligeramente mejores pero dentro del rango “totalmente básicas”. Las vistas de las montañas de picos nevados que nos rodeaban eran espectaculares. A pesar de llevar todo el día caminando, eran solo las 3 de la tarde, así que la mayoría nos fuimos a descansar un poco porque quedaban dos horas para la cena y no había nada que hacer. Antes de la cena tuvimos la ceremonia de presentación de los chasquis. Se presentaron uno a uno, diciendo su nombre, edad y de que pueblo eran. La mayoría eran de comunidades a las afueras de Cuzco y dentro del llamado Valle Sagrado de los Incas. Nosotros también nos presentamos y estuvo bastante simpático cuando tuvimos que decir nuestros hobbies, ya que la mayoría ni les sonaban (bádminton, cricket…) y tuvimos que intentar explicarles lo que eran. Debieron de pensar que vaya cosas raras que nos gustaba hacer en nuestro tiempo libre. Rematamos la ceremonia con una foto de grupo todos juntos. El rato fue agradable, pero quizás un poco largo. Yo cometí el error de no ponerme la cazadora pensado que iba a ser cosa de unos minutos y me quedé helado.
Una vez más la cena fue un lujo, y comimos todos con un apetito voraz. Antes de ir a dormir hirvieron agua y nos dieron un litro a cada uno para la marcha del día siguiente. A los chicos estadounidenses no les debió convencer lo de dormir todos apretados en una sola tienda y decidieron que esa noche uno iba a dormir conmigo en la tienda. La suite presidencial me había durado poco. Debido a la altitud hacía mucho frio y yo me metí dentro del saco con 4 capas de ropa, que no me sobraron en ningún momento de la noche. Cuando me dirigía a la tienda para acostarme, vi a los americanos llenando sus botellas directamente del arroyo usando un filtro para el agua. Les comenté que no me parecía una buena idea y les ofrecí mis pastillas potabilizadoras, que yo ya había usado en la selva en Ecuador y habían funcionado bien. Me dijeron que no hacía falta, que siempre usaban el filtro allá en California. Uno de ellos, entre risas, me dijo textualmente: “si mañana nos pasa algo ya sabemos por qué ha sido”. Las palabras fueron premonitorias y perdieron toda su gracia al día siguiente.
Segunda parte: El diario del Inca Trail, los días 3 y 4. Visitando Machu Picchu
Gracias a Juan y a Fran por ser unos estupendos compañeros de viaje y por dejarme usar sus fotos sin cobrarme el copyright.
Cómo he sufrido leyendo tu crónica, me ha encantado y me ha hecho ser consciente de que es algo que nunca podré hacer. Gracias por regalarnos tu experiencia
Bueno, aunque sufri un poco durante algun rato el segundo dia, la verdad es que sobre todo lo disfrute muchisimo. A lo mejor me ha quedado muy dramatico 🙂
Y si quisieras seguro que lo podrias hacer. Como ya he comentado en nuestro grupo venia gente de todo tipo en cuanto a edad y forma fisica y, antes o despues, todos terminamos.
Gracias por el comentario y por tu ayuda con la organizacion del viaje!
Peru es magico. Me gustaria hacer el Inca Trail. El soroche no me ataco mas que levemente una noche al caminar a una altura de 4000 metros por el Colca. Luego de unas aspirinas y un buen descanso se me paso. El consejo de usar walking poles es verdaderamente necesario. Los palos te salvan las rodillas y la espalda. No se si tuviste tiempo de descansar en Cusco al menos por un dia al regreso de el camino. Existe un campo magnetico o algo asi en la plaza central. Todos los achaques que sufria desaparecieron al sentarme en un banquito en Cusco.
Hola Eduardo, gracias por pasarte por aqui y por tu comentario.
Si, estuvimos dos dias enteros en Cuzco, que me parecio una ciudad precisa y, a pesar de ser PdH de la UNESCO, infravalorada. No sabia lo del campo magnetico de la Plaza de Armas, pero los achaques que me quito me los devolvio el Inca Trail 😀
Un saludo