Post marginales: 4.- La isla estonia de Saaremaa

Intro: aquí tenéis la serie de los posts marginalesEsos posts que no le interesan a ni Dios y que están condenados al ciberostracismo y a la indifrencia de las masas desde el mismo momento en que pulsas el botón de “publicar”. Esos posts que tras pulular años por el blog apenas suman 14 visitas, 8 de ellas de tus amigos más leales y 6 de despistados que han metido las palabras equivocadas en una búsqueda de google. Esos posts que por alguna razón llaman a tu puerta y te apetece escribirlos aunque la alarma de “pérdida de tiempo” suene incesantemente en tu cerebro mientras tecleas. Sitios a los que no va (casi) nadie y temas sobre los que no interesa leer. En fin, con ustedes los posts marginales.

Siempre me ha atraído pasar a alguna isla cuando viajo. Es como un viaje dentro del viaje y aumenta esa estupenda sensación de estar en un lugar remoto y lejos de todo. Debe ser porque al final de cada camino siempre hay agua, o quizás  porque no puedes volver sin ayuda, aunque apenas haya 15 minutos en barco hasta el continente. En agosto de 2004 estuve 10 días recorriendo Estonia y Letonia en coche con Charlie. Después de Tallinn, el lago Peipsi, Tartu, Sigulda, Riga y la playa de Jūrmala, decidimos pasar un par de días en la isla de Saaremaa.

Cogimos el ferry en el puerto de Virtsu, del que no recuerdo absolutamente nada. El barco era pequeño e iba hasta arriba de coches. Tras apenas media hora llegamos a Kuivatsu, en la isla de Muhu, unida a Saaremaa por un puente. Saaremaa es razonablemente grande (2673 Km2) y llegar hasta su capital, Kuressaare, lleva algo más de una hora por una buena carretera. Parte meteorológico: 19 de agosto, veintipocos grados y cielo plomizo pero sin llover. 

Regida durante siglos por cruzados (Hermanos Livonios de la Espada y luego la Orden Teutónica), pasó por manos danesas y suecas hasta que en 1721 fue cedida al Imperio Ruso. La historia reciente de la isla refleja el embrollo que fue el siglo XX. En la Primera Guerra Mundial fue conquistada por los alemanes. Al terminar la contienda y desaparecer el Imperio Ruso, Estonia (y Saaremaa con ella) se independizó. En 1940 fue anexionada a la Unión Soviética para caer poco después (1941) en poder de la Alemania Nazi. El Ejército Rojo reconquistó la isla a finales de 1944 y en 1946 fue declarada zona restringida, siendo cerrada tanto a extranjeros como a la ciudadanía común estonia. Saaremaa no recuperó la normalidad hasta 1989, y el 20 de agosto de 1991 Estonia volvía a ser independiente. 

Una vez en la isla, la primera parada fue para ver las ruinas del castillo de Maasilinna, cerca de Orissaare. No eran nada del otro mundo, pero estaban en un bonito montículo junto al mar y nos quedamos un rato disfrutando de la tranquilidad. La siguiente parada ya fue otra cosa. He visto cientos de iglesias y hay muchas que se me han olvidado, pero la figura maciza y elegante a la vez de la de Pöide sigue en mi memoria. Mitad iglesia, mitad fortaleza, lleva en pie desde el siglo XIV y da la impresión de va a seguir ahí para siempre. Un rayo que alcanzó el campanario en 1940 dejó una enorme cicatriz en su robusta fachada, quizás ese rasgo tan especial me hace acordarme de ella.

La cicatriz en el rostro de la iglesia de Poide

La cicatriz en el rostro de la iglesia de Pöide

Alli en Pöide conocimos a una chica letona llamada Therese. Estaba viajando sola y le ofrecimos llevarla a Kuressaare. Mientras charlábamos en el coche se quitó el jersey que llevaba puesto y de repente invadió el habitáculo un olor corporal tan fuerte que casi mareaba. Charlie me miró con los ojos desorbitados y se lanzó a bajar la ventanilla. Le dije que se esperara un poco porque me daba apuro por ella, algo tímida pero muy agradable. Charlie me dijo que le daba exactamente igual, o abríamos las ventanillas o se tiraba en marcha. 

El nuevo alto en el camino fue uno de los sitios más conocidos y turísticos de la isla, el cráter de Kaali. Formado por el impacto de un meteorito hace más de 4.000 años, tiene una forma circular cuasi perfecta de 110 metros de diámetro, llegando a una profundidad de 22 metros. En la actualidad está lleno de agua, formando un lago. El meteorito se rompió poco antes de estrellarse y dejó otros 8 cráteres de menor tamaño en los alrededores. 

El cráter de Kaali

El cráter de Kaali

Cuando llegamos, Kuressaare estaba cubierta por una densa niebla que apenas dejaba ver nada. Le dijimos a Therese que si quería pasar el resto del día con nosotros y se nos unió, agradecida de tener compañía. Comimos en un restaurante (Raekelder) en pleno centro. La comida no estuvo mal, pero sin llegar al nivel de los fiestones que nos habíamos dado desde que empezó el viaje.

Para bajar la comida entramos a visitar el famoso castillo, construido en el siglo XIV por la Orden Teutónica. Señorial y muy bien conservado tanto por dentro como por fuera, tenía expuestos multitud de muebles y objetos de los últimos 700 años. Los carteles estaban sólo en estonio y ruso (se ve que no esperan mucho turismo) y Therese los traducía con paciencia. Como parecía ser lo normal en Saaremaa, no se veía ningún otro turista. Estábamos tan contentos con Saaremaa que decidimos quedarnos a pasar la noche en un B&B que nos reservaron en la oficina de turismo. 

El castillo d Kuressaare

El castillo de Kuressaare

Al salir del castillo nos fuimos a ver el suroeste de la isla, la península de Sõrve. La mayoría de la costa la formaban playas amplias y de arena fina, pero ni el tiempo ni la hora invitaban a darse un chapuzón. Aun así me metí hasta las rodillas y el agua del Báltico me volvió a parecer calentita, como ya había comprobado en Jūrmala y pude disfrutar unos años más tarde en el Istmo de Curlandia

En lugar de las palmeras como en el Caribe, aquí son las grandes coníferas las que casi llegan hasta la orilla. En el extremo de la península había un faro, habituales indicadores de límites y extremos. No habíamos visto a nadie desde que dejamos los alrededores de Kuressaare y pensé que este sitio en invierno tiene que ser la definición misma de solitario. Junto al faro y al alcance de las olas descansaban los restos de búnkeres y otras fortificaciones defensivas de la Segunda Guerra Mundial.

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Según íbamos rodeando la península encontrábamos vistas fantásticas. En algún momento la arena fue sustituida por guijarros y pequeños acantilados. En ellos la gente había formado túmulos, figuras e incluso nombres con las piedras. Por si era algo que traía buena suerte Charlie y yo hicimos uno cada uno, el suyo más artístico, la verdad. Esperamos hasta la puesta de sol, que prometía mucho, pero hordas de mosquitos descomunales nos obligaron a una retirada temprana.

La cena fue en un sitio típico en la plaza central y, como había sido habitual desde que llegamos a Estonia, la camarera era encantadora y hablaba muy buen inglés. Había muy pocos clientes (gran sorpresa) y se quedó a charlar un buen rato con nosotros. Nos contó que la gran mayoría de los turistas eran de las Repúblicas Bálticas, Rusia y Alemania. Algún italiano y tal, pero no recordaba españoles. Tras matar a un mosquito al que probablemente le servía mi ropa, me fui a dormir con una gran sonrisa y con la sensación de estar lejos de todo. Quizás no habíamos visto nada espectacular que arranque asombros al ver las fotos, pero había sido un estupendo día viajero.

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A la mañana siguiente, Saaremaa recompensó nuestra fidelidad por habernos quedado regalándonos sol y un cielo azul sin nubes. Decidimos volver al ferry con tranquilidad explorando la parte norte de la isla. Aparte de por la naturaleza, Saaremaa es conocida por sus magníficas iglesias y sus molinos de madera, que aún funcionan. Ver y fotografiar las 90 o así que hay es un reto que los habitantes proponen a los turistas. A nosotros nos quedaba un poco grande, pero decidimos parar en todas las que pudiésemos. Leisi, Püha, Kaarja y varias más, todas atractivas en su robustez germánica y sorprendentemente grandes y numerosas para un sitio tan apartado. Las carreteras de tierra entre los frondosos bosques y las solitarias iglesias fueron una forma estupenda de despedirnos de Saaremaa. El ferry de vuelta iba casi vacío. Parte meteorológico: 20 de agosto, veintimuchos grados, sol y unas pocas nubes.

Iglesia de Puha

Iglesia de Puha

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Un par de webs (en inglés) para organizar el viaje:

http://www.visitsaaremaa.ee/index.php?lang=en

http://www.saaremaa.ee/index.php?option=com_content&view=article&id=498&lang=en&Itemid=257

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5 comentarios en “Post marginales: 4.- La isla estonia de Saaremaa

    • Si, la verdad es que molan mucho. Y sin tener nada espectacular, la verdad es que merece la pena ir y pasamos un buen par de días. Junto a Tallinn, lo que más me gustó de Estonia.

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