En verano de 2011 mi padre anunció que nos invitaba a un viaje familiar. El grupo iba a consistir en 7 adultos, sin niños. Después de diversas y variadas propuestas (yo dejé caer el Transiberiano por si acaso y las carcajadas se escucharon en Vladivostok), decidió que íbamos a ir de crucero por el Mediterráneo. Una semanita, con salida y llegada a Valencia y parando en Ibiza, La Goulette (Túnez), Catania, Nápoles, Livorno (junto a Florencia) y Villefranche-sur-Mer (junto a Niza).
Para ser sincero, hacer un crucero es algo que no me había planteado nunca ya que no es mi estilo de viaje. Así que me lo tomé como una oportunidad de experimentarlo y poder sacar mis propias conclusiones mientras disfrutaba de la compañía de mi familia (dicho esto sin sarcasmo).
Este post nació como un pequeño reto: una amiga viajera me propuso escribir sobre las razones que le daría a alguien como yo, más orientado a otro tipo de viajes, para animarse a subir a un crucero. Que nadie quiera ver en estas líneas la fe desmesurada del converso, sino el darle al César lo que es del César. Vamos allá:
– El barco en sí y como funciona: porque lo que te lleva de crucero no es un barco, es un resort flotante. Piscina(s), cine, discoteca, pista polideportiva, salón de juegos, pub(s)…la variedad me sorprendió agradablemente. Otra cosa positiva fueron las habitaciones, bastante más espaciosas y cómodas de lo que esperaba, aunque supongo que eso dependerá del tipo de cabina que cojas. Además, si (como yo) tienes curiosidad por la logística y la ingeniería, el simple hecho de ver cómo hacen funcionar como un reloj un trozo de ciudad flotante con miles de personas a bordo fue realmente interesante. Por cierto, las comidas fueron variadas y de muy buena calidad, algo con lo que no contaba.
– Despreocupación absoluta: si por una vez te apetece que te lo den todo hecho, los cruceros son una buena opción: nada que planificar, nada que pensar, relax total. Sí, ya se que eso lo puedes tener en un resort playero con pulserita, pero esos no se mueven y no te llevan cada día a una ciudad distinta.
– Las visitas se pueden hacer a tu aire: otra cosa que no tenía clara cómo funcionaba y que me tiraba bastante para atrás. No hace falta que vayas con la marabunta del barco y en un grupo organizado. En las paradas puedes contratar una excursión con ellos o ir a tu aire una vez que te bajas del barco. Sólo hicimos Túnez-Cartago con el grupo porque era más conveniente, el resto por nuestra cuenta.
En cuanto al tiempo para ver los sitios, otro discusión habitual entre los pro y anti cruceros, te suelen dar un día entero. Eso funcionó bien en algunos casos (Catania, Niza, Ibiza), en otros nos dio tiempo a ver bastantes cosas (Nápoles, Túnez, Valencia) y hubo ciudades en las que sabes que te dejas mucho y te sirve para hacerte una idea de cara a una visita futura (Florencia).
– Amplia variedad de destinos y precios: hubo una época en la que subirse a uno de esos trasatlánticos era una cosa reservada a unos pocos y daba hasta para hacer una serie de televisión (¿hay alguien con canas que no recuerde “Vacaciones en el Mar”?). Actualmente hay mucha oferta, tanto en destinos (Caribe, Mediterráneo, Báltico, Golfo Pérsico…) como en precios.
– Viajes en grupos heterogéneos: si vas en familia, o con amigos con diferentes gustos, o con un grupo del trabajo… En nuestro caso funcionó bien ya que el crucero da la oportunidad de hacer cosas variadas por tu cuenta y coincidir en comidas y otras áreas comunes, aparte de hacer las visitas juntos. Nos comentaron que se han puesto muy de moda como excursiones de fin de curso y no me sorprende, en nuestro barco venían al menos un par de ellas. Ahora que soy padre, también me pareció una buena idea si vas con niños. Tienen mucho que hacer y donde entretenerse necesitando menos vigilancia de la habitual. De hecho me da que si alguna vez repito los tiros van a ir por ahí.
– Y una razón extra: aunque no estaba incluida en el programa ni nos avisaron de antemano, el crucero nos deparó una experiencia única. Saliendo del puerto de La Goulette me fui a la cubierta superior para ver la maniobra de salida. Para mi asombro el barco se fue escorando más y más hacia la izquierda para, finalmente, embestir el muelle en diagonal. El impacto abrió dos grietas en la enorme mole de hormigón de varios metros de largo y uno de alto. 5 horas estuvimos parados mientras confirmaban que no nos íbamos a ir a pique al volver al mar. No hubo heridos, pero si desconcierto generalizado y alguna gente que rodó por el suelo. En el comedor estaban en el primer turno y se montó una buena.
Sólo he tenido una experiencia nosotros con mis padres e hijo de 5 años y fue muy buena. La comida excelente, el camarote confortable aunque eramos tres y la oferta de ocio para niños y no tam niños realmente superó mis expectativas.
Siendo un grupo es un privilegio poder visitar varias ciudades sin hacer y deshacer maletas, y no preocuparte de organizar nada sólo hacer la visita. Mis padres les encantó, han repetido a los fiordos noruegos.
Siempre me ha dado un poco de respeto el estar tanto en el mar. Pero la verdad que todo el mundo que conozco lo recomienda. Quizás las próximas vacaciones.
Hola Irene, gracias por el comentario. Como ya he comentado en el post, yo tengo poco apego a los cruceros, pero en el post quise ver la botella medio llena.
Solo me lo volveria a plantear en el caso de hacerlo con mi hija, porque creo que para ninhos si que funcionaria bien.
Saludos!