Belice: posiblemente el agua más cristalina del mundo

La primera vez que conocí a alguien que hubiese estado en Belice fue en 1999. Estaba en Puerto Iguazú, la ciudad argentina desde la que se suelen visitar las cataratas, y se había formado una reunión espontanea de viajeros alrededor de unas cervezas en el casi vacío pueblo. Un chico belga había visitado Belice apenas unas semanas antes y, dado que era un sitio al que nunca me había planteado ir y del que apenas sabía nada, la curiosidad me hizo preguntarle miles de cosas.

Nos contó que era un destino complejo, poco seguro, que había tomado el relevo de Panamá (tras la caída de Noriega) como punto de enlace en el viaje de la coca colombiana hasta los Estados Unidos, que había bastantes bandas de adolescentes armados y que la misma policía cerraba carreteras para que las avionetas que venían desde Colombia  pudiesen avituallarse y seguir camino sin que nadie las molestase. Como el destino a veces es muy caprichoso, nos volvimos a ver cruzándonos en el metro de Buenos Aires y me dijo ”tienes que ir a Belice, créate tu propia impresión». Después de lo que me había contado no se me pasaba por la cabeza, pero le di a entender que seguro que lo haría.

En 2006, 7 años más tarde y una vida después, Belice era una opción real. Estábamos organizando un viaje a Guatemala y, gracias a internet, yo ya sabía muchas más cosas de las posibilidades del país como destino viajero: los Cayos, la segunda barrera de coral más grande del mundo, aguas cristalinas que ofrecían buceo y snorkel increíbles… así que Belice parecía una escapada perfecta tras un par de semanas en Guatemala y nos decidimos a ir.

Las fronteras terrestres latinoamericanas son sitios porosos con cierto sabor a las pelis del oeste, pero si hay una frontera que yo haya pasado digna de película es la de Guatemala a Belice. Mucha desorganización, sobre todo en la parte de Guatemala, gente con fajos de billetes intentando cambiarte dinero pasando tranquilamente de un lado al otro…

La parte de Belice fue más seria y al funcionario que nos atendió no debimos caerle simpáticos (al menos yo), porque me hizo infinidad de preguntas con bastante mala cara. Al final nos dejó pasar tras apuntar la matrícula del coche a mano en mi pasaporte. Con el coche recién fumigado y con un seguro beliceño contratado nada más pasar la frontera por si las moscas, enfilamos hacia el este con ganas de llegar cuanto antes a Belice City y desde allí a los cayos.

En 1961 un huracán arrasó Belice City y se decidió trasladar la capital y todos los órganos de gobierno a una ciudad en el centro del país lejos de la costa. Así nació Belmopán, acabada de construir en 1970 y que tardó un tiempo en ser la verdadera capital del país. Cuando la cruzamos apenas dio la sensación de ser más que un pueblo. Cruzar el país de Oeste a Este nos llevó menos de dos horas.

Cuando llegamos a Belice City acababa de caer una tormenta tropical furiosa y la ciudad no lucía su mejor aspecto:  calles encharcadas y oliendo a alcantarilla, basura desperdigada por todas partes… y mucha gente, sobre todo joven, sentada en grupos en los porches de las casas con pinta de no estar demasiado ocupados. Estábamos en un cruce mirando a ver dónde podíamos dejar el coche y se nos acercó un chico, camiseta de football y gorra hacia atrás, a preguntarnos «wasssup??».

Y bueno, ya que estaba allí aprovechamos la ocasión para preguntarle si era mejor Cayo Caulker o Cayo Ambergris, duda que habíamos tenido desde el principio. En un inglés con un acento muy complicado dijo «Kiii Kaaa Kaa, go to Kiii Kaaa Kaaa», lo que al poco reconocimos como Caye Caulker. De paso le preguntamos dónde dejar el coche y, señalando la esquina donde estaban sus amigos, dijo: «allí mismo, no hay ningún problema». Tras mirarnos los unos a los otros le dimos las gracias y decidimos aparcar el coche en algún otro sitio con más posibilidades de volver a verlo a la vuelta. Lo acabamos dejando en el aparcamiento del Radisson. Y de camino a la estación marítima vimos unas cuantas casas y edificios de madera de estilo colonial muy bonitos que mejoraron la difícil primera impresión que habíamos tenido de Belice City.

Cayo Ambregris (Foto por Pablo Méndez)

La lancha rápida que nos llevó era nueva y moderna y en 45 minutos llegamos a Cayo Caulker. Éste es una lengua de tierra de unos pocos kilómetros de largo (8) por apenas uno y medio de ancho con palmeras, arena fina y una laguna cristalina en la orilla que da al mar Caribe. La primera impresion es que era un sitio muy tranquilo, con una sola calle de tierra y sin grandes construcciones, los hoteles eran muy sencillos, tipo bungalows o casas de madera grandes. El contraste con la parte continental era considerable, los cayos en Belice tienen una atmósfera mucho más relajada y turística.

Foto por Ana Viéitez

Al bajarnos en el embarcadero se nos acercó un señor ya de cierta edad y con el pelo con rastas y nos dijo que él conocía un hostal limpio y que nos harían buen precio. Como nos daba un poco igual, metimos las bolsas en la carretilla que llevaba y nos fuimos con él. Las habitaciones eran básicas pero limpias y además estaban junto al mar, así que nos quedamos.

Después de cenar una de las especialidades locales, hamburguesa de langosta, nos pasamos por las agencias para preguntar por excursiones para hacer snorkel, junto con el buceo la actividad por la que se suele ir a los cayos. La Barrera del Arrecife de Coral de Belice es parte de la Barrera Mesoamericana, una de las más grandes del mundo.

Al levantarnos al día siguiente estaba diluviando y la moral de la tropa se encontraba bajo mínimos. Nos acercamos a ver a Mario, el guía, para que nos confirmara que no habría excursión, y nos dijo algo así como: «en una hora salimos, traeros bastante crema que si no os vais a quemar la espalda, va a hacer mucho sol». Incredulidad por nuestra parte pero dicho y hecho, apenas una hora más tarde había un sol espectacular y el día prometía ser perfecto. Digamos que fue mi primera experiencia con el clima tropical.

Antes de salir quería mandar un correo y se me había hecho un poco tarde, así que fuí corriendo al cibercafé. Al cruzarme con el abuelo rasta que nos llevó al hostal, me paró con cara de asustado y me dijo: «¿qué haces, qué haces?». Bastante sorprendido, le dije que iba a mandar un correo antes de la excursión y me respondió: «en esta isla no se corre. Fíjate en mí, todo lo que tengo que hacer hoy es ir hasta el final de la calle y volver». Un crack el tío. Supongo que simplemente no me había fijado en la señal.

En Cayo Caulker no hay prisas (Foto por Ana Viéitez)

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La calle principal de Cayo Caulker

El snorkel en Belice sigue siendo uno de los mejores que he hecho nunca. El agua es, posiblemente, la más transparente que he visto, parecía que estuvieses viendo a través de un cristal limpísimo. En la barrera de coral había infinidad de peces multicolores, rayas (vinieron en masa al oír el motor del barco porque el guía las alimentaba), tiburones de arrecife, muchísimas plantas marinas que se mecían suavemente al vaivén de la corriente…

Foto por Pablo Méndez

Pero uno de los mejores momentos fue en la laguna enfrente de Cayo Caulker, al cruzarnos con un grupo de manatíes que nos pasaron por debajo con toda la tranquilidad del mundo. Mario nos dijo que no les molestáramos ni hiciésemos el amago de nadar hacia ellos, ya que te agarran, se van al fondo y no te sueltan hasta que te has ahogado. No se si será verdad, no dudo de él, pero es algo que no he vuelto a escuchar o leer. Aun así nos impresionó lo suficiente para que no hubiese tentaciones de acercarnos más. Quizás era eso lo que buscaba Mario.

Durante el segundo día paramos en Cayo Ambergris, cuya capital, San Pedro, se supone que es la «isla bonita» de la canción de Madonna. Es bastante más grande que Cayo Caulker y también bastante más orientado al turismo (sin ser Cancún o nada de eso), así que nos alegramos de haber elegido Ki KaaaKaaa.

Tras tres intensos días en los que casi no salimos del agua y en los que la única pena fue que Fran no consiguió ir a bucear al famoso Blue Hole por falta de gente, tocaba volver a Guatemala. El coche seguía dónde lo habíamos dejado y como no queríamos pasar la frontera demasiado tarde para no conducir mucho de noche, intenté darme prisa.

Como suele ocurrir, cuanta más prisa tienes antes pillas atasco. Había una fila muy larga de coches y de gente andando siguiendo a un coche fúnebre, así que dí un volantazo y cuando estaba pasando a todo el mundo me paró un policía con un cabreo enorme. Me dijo que qué falta de respeto era esa, que aquello era un funeral, y que o seguíamos la fila para presentarle nuestros respetos al fallecido o se nos iba a caer el pelo. Así que vuelta a la cola y cuando la comitiva giró para entrar al cementerio salimos de allí a toda velocidad.

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Organizar un viaje a Guatemala con escapada a Belice y Copán

Un par de webs sobre Cayo Caulker:

http://www.cayecaulkerbelize.net/

http://www.gocayecaulker.com/

Todos las entradas sobre el Caribe

8 comentarios en “Belice: posiblemente el agua más cristalina del mundo

  1. El agua parece limpísima, pero macho, yo sigo sin arriesgarme a que me pillen los narcos.

    Supongo que cuando esté jubilado y medio moribundo con cáncer y cosas así, me animaré a ser más aventurero… O eso, o que no encuentre curro y me tome un año sabático, aunque poco sabático va a ser con el peque dando guerra xD (salvo que fuéramos a China y así aprendo chino un año entero allí).

    • Gracias por el comentario Vero.

      En aquella epoca yo solo hacia snorkel, y fue fantastico. El agua era como un cristal. No me importaria volver a bucear.

      Lo de los manaties no lo he vuelto a ver ni a escuchar, aunque tampoco me he preocupado mucho 🙂 Pero eso fue lo que nos dijeron alli, a lo mejor era solo para que no nos acercaramos demasiado, que eran unos bichos enormes.

      saludos

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