Guatemala: ¿Es el lago Atitlán el más bonito del mundo?

Está claro que no los conozco todos. Con casi toda seguridad ni siquiera una fracción apreciable. Pero el que haya estado en el lago Atitlán estará de acuerdo conmigo en que la pregunta ha lugar. Como ya había contado en este otro post, Atitlán fue, junto a Tikal, el lugar que me dijeron que no me podía perder en Guatemala. Y, a pesar de las (muy) altas expectativas, me pareció uno de esos sitios de los que es difícil no enamorarse a primera vista.

Situado a más de 1500 metros sobre el nivel del mar, con una longitud de 18 kilómetros y rodeado por 3 volcanes de formas perfectas: Atitlán (3537m), Tolimán (3158m) y San Pedro (3020m), su belleza se extiende hasta su nombre: Atitlán significa «entre las aguas» en náhuatl.

Panoramica Lago Atitlan 1

Panorámica Lago Atitlán Bajando 2

Desparramados por su orilla hay un puñado de pueblecitos con amplia mayoría de población indígena. Casi todos tienen nombres de santos: Santa Catarina Palopó, San Antonio Palopó, San Lucas Tolimán, Santiago Atitlán, San Pedro La Laguna, San Juan La Laguna, San Pablo La Laguna, San Marcos La Laguna y Santa Cruz La Laguna. Una de las excepciones, Panajachel, es al que se llega por carretera desde Antigua y la opción más habitual como base de operaciones. Al no haber una carretera que circunvale el lago en su totalidad, a la mayoría de los pueblos se llega en lancha, algo que sin duda le añade encanto al librarte del ruido continuo del tráfico.

25 de septiembre de 2006. La carretera serpenteaba cuesta abajo hasta llegar al lago Atitlán y no pudimos evitar paramos en el primer recodo con vistas panorámicas y hacer unas cuantas fotos. Una vez en Panajachel y tras una relajada comida en una terraza junto a la orilla, nos acercamos al embarcadero para organizar las visitas en lancha. Aquí cometimos el segundo error del viaje (el primero fue no alquilar un todo terreno): en lugar de negociar directamente con el dueño de la barca lo hicimos a través de uno de los intermediarios que pululaban por la orilla (Efraín se llamaba). El acuerdo fue: ir a ver uno de los pueblos esa tarde, dejarnos en el hotel, recogernos allí por la mañana y ver dos pueblos más antes de dejarnos de vuelta en “Pana” por la tarde del día siguiente. Regateamos un poco y al final le dimos $40 entre los 4. Aparcamos el coche en el patio de una casa particular tras acordar un precio con la dueña y nos subimos a la lancha camino de San Juan la Laguna.

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El paseo fue precioso y desde el agua se apreciaba mejor la belleza serena del lago y su entorno. Lejos de dar una imagen agresiva con chorros de lava como el Pacaya, los 3 volcanes parecían guardianes tranquilos y venerables. San Juan, al igual que los pueblos que veríamos el día siguiente, no tiene nada y lo tiene todo. No había edificios a destacar especialmente, ni parques, fuentes o jardines que deslumbrasen. Pero se podía (y espero que aún se pueda) ver cómo vivían las comunidades indígenas y la gente de la zona. Y eso es mucho. Casas humildes de una y dos alturas se apiñaban contra la empinada ladera cubierta de vegetación. Las mujeres llevaban en su inmensa mayoría el colorido traje típico y vendían en la calle mantas, artesanía y demás cosas típicas mayas. Y niños. Muchos niños y niñas corriendo por todas partes con una refrescante sonrisa en la cara y haciendo que todo rebosara de vida.

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Tras un buen paseo por el pueblo se acercaba la puesta de sol y era hora de irse al hotel. Fiándonos de guías y opiniones decidimos quedarnos la primera noche en la muy recomendada y afamada Casa del Mundo, una casa-pensión aislada y medio escondida en una ladera que contaba con embarcadero propio. La cena era a las 7 en punto, menú único, y se servía a todos los hospedados a la vez en una gran mesa en el comedor. Lo que hace especial a Casa del Mundo es, visto desde otro punto de vista, su punto débil: una vez terminamos de cenar no había dónde ir. Subimos a la terraza a hacer unas fotos, planeamos algo de los siguientes días, charlamos un poco con otros viajeros y nos fuimos a la cama temprano.

La Casa del Mundo

La Casa del Mundo

A la mañana siguiente fue cuando realmente agradecimos habernos quedado allí. Nos levantamos poco después de amanecer y, antes de desayunar, nos dimos un baño en el lago de esos tan perfectos que te acuerdas toda tu vida: los únicos ruidos eran de la naturaleza, flotar en el agua mientras veíamos a los volcanes desperezarse, el fresco de la mañana activándote…

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Desayunamos, pagamos y nos fuimos al embarcadero listos para seguir explorando los alrededores del lago. Según pasaban los minutos y la lancha no aparecía, se hacía más y más evidente que el tal Efraín se había quedado con la pasta y que no iba a venir nadie a buscarnos. A la hora y pico nos dimos por vencidos y nos montamos en una lancha camino de Panajachel. Allí, por supuesto, ni rastro de Efraín (aún debía estar de fiesta con el dinero de los pardillos), así que decidimos hacer borrón y cuenta nueva y usar una lancha publica para las visitas del día.

La primera parada fue en San Pedro la Laguna. Situado en la base del volcán del mismo nombre, era más grande que San Juan y con más oferta de ocio para turistas, sobre todo en las cercanías del muelle. Dimos un paseo adentrándonos en las empinadas calles y nos sentamos a comer en un lugar que, aunque creo recordar que decía “restaurante”, en realidad era la cocina de una casa. Pedimos pollo e instantes después vimos como el hijo de la dueña salía por la puerta trasera camino del mercado. Nos miramos unos a otros con una sonrisa intuyendo que íbamos a estar allí bastante tiempo. Y lo estuvimos, pero al menos la comida fue casera de verdad. Bueno, tampoco es que hubiese demasiada prisa.

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Terminamos el día en Santiago Atitlán, el pueblo más grande de los que rodean el lago. Se encuentra en la entrada de una estrecha extensión del lago y tiene unas vistas espectaculares del volcán San Pedro, que está en la otra orilla y casi se puede tocar. Esta vez decidimos quedarnos en la zona del muelle, bañándonos y disfrutando de un atardecer con una luz de esas que parece que sólo Centroamérica puede dar. Entre chapuzón y chapuzón, cerveza y cerveza, veíamos a las mujeres mayas lavando a mano la ropa en el lago, una imagen condenada al sepia en España desde hace bastante tiempo. Fue, quizás, el momento más relajado de todo el viaje, y uno de los que mejor recuerdo me traen.

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Con pena de irnos pero más que satisfechos volvimos a Panajachel a pasar la noche. Esta vez nos quedamos en una pensión con habitaciones básicas pero limpias. Fuimos a cenar a un grill argentino y comí dos enormes chorizos criollos que me supieron a gloria.

Mi último recuerdo de Atitlán contrasta con la belleza del lugar. Por la noche hice mi propio milagro de los panes y los peces, vomitando por lo menos 15 chorizos y pasando una de las peores noches viajeras de mi vida (sólo empeorada por un día en la India con gastroenteritis). Unas pastillas para cortar el vómito que me dieron Pablo y Ana y casi 24 horas durmiendo me dejaron como nuevo, pero pensando que debería volver a Atitlán a despedirme como realmente se merece. Apuntado en la agenda está.

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6 comentarios en “Guatemala: ¿Es el lago Atitlán el más bonito del mundo?

  1. Aldous Huxley así lo consideraba, el más bonito del mundo. Cuando lo vi, así me lo pareció pero desde que estuve junto al de Hallstatt (Austria) o el Son-Kul (Kirguistán) tengo mis dudas. Un lugar que todos los viajeros deberían visitar, de todas formas.

    • Por lo que he podido leer, la frase de marras de Huxley es sorprendentemente ambigua, aunque en Guate se apuntan a lo de que dijo que era «el mas mejor». Me apunto los otros dos lagos que comentas viniendo de ti. A mi Bled (Eslovenia) tambien me gusto mucho,pero sin llegar a los niveles de Atitlan.

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