Japón: ahuyentando al diablo en Nara

En el año 710 d.c. Nara se convirtió en la primera capital del Japón unificado, dando paso al denominado periodo Nara que duró hasta el 784 cuando la capital se volvió a trasladar, esta vez a Nagaoka-kyō. Este periodo fue una época de florecimiento y dejó una marcada huella en la ciudad con multitud de fantásticos templos y pagodas, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1998. Es una de las ciudades más bonitas del país y parada obligada para cualquiera que visite Japón.

La parte más conocida y visitada de la ciudad es el parque de Nara (Nara-Kōen), en el que están concentradas la mayoría de las joyas arquitectónicas  como el famoso Tōdai-ji (el edificio de madera más grande del mundo) o Kasuga, el templo de las mil linternas. Sin embargo, los templos más antiguos en la zona de Nara se encuentran fuera de la ciudad, en lo que era la antigua población de Fujiwara-kyo. Este grupo de templos están considerados como la cuna del budismo en Japón y Yakushi-ji es quizás mi favorito. Allí, desde hace unos 1200 años, se celebra una ceremonia llamada onioishiki (鬼追式), que tiene como objeto ahuyentar al diablo (de hecho la traducción literal es «echando al diablo») y otros espíritus malignos. La familia de mi mujer vive en Koriyama, muy cerca de Yakushi-ji, y conseguimos invitaciones para asistir a la ceremonia que se celebró en abril de 2010.

Llegamos  al templo a última hora de la tarde cuando ya había oscurecido y el edificio principal y las pagodas estaban  iluminados con delicadeza, dando la impresión de que ser aun más bonitos si cabe . Lo primero que me llamó la atención es que había varios camiones de bomberos con sus respectivas dotaciones aparcados junto a uno de los edificios laterales. Todo el complejo es de madera y me imagino que no les haría ninguna gracia que accidentalmente saliesen ardiendo los edificios (recuerdo haber  leído una vez que, en el Japón medieval, el miedo al fuego era algo tan atávico ya que todas las casas eran de madera, que incluso se llegaban a parar las batallas para que entre ambos bandos ayudasen a apagarlo, continuando la lucha una vez pasada la amenaza de incendio, pero no sé si será cierto).

Yakushi-ji iluminado

En el amplio patio frente a la sala principal habían colocado una tarima que cubría los escalones de entrada y una rampa en uno de los laterales permitía subir. A lo largo del perímetro de la tarima y espaciados unos metros entre ellos había unos troncos de bambú de varios metros de alto y flexibles, con cestas llenas de ramas y follaje colgando del extremo.

Mientras se acercaba la hora y la gente iba llegando y colocándose, uno de los sacerdotes del templo hablaba sin parar sobre el montón de dinero que se estaban gastando en las remodelaciones de parte del complejo, especialmente en una de las pagodas, y recordaba a los feligreses que las donaciones eran bienvenidas. Tras unos minutos de silencio empezaron a sonar redobles profundos de taikos y la ceremonia dio comienzo. Prendieron fuego a las cestas que colgaban de los troncos de bambú  y éstas ardieron inmediatamente, dando un ambiente aun más fantasmagórico y especial.

Poco a poco y una a una fueron llegando a la entrada lateral del templo cinco figuras representado al demonio, acompañadas por magistrados vestidos con un bonito quimono ceremonial y situándose junto a ellas, ligeramente detrás. Los demonios imponían respeto: llevaban elaboradas caretas que les daban un aspecto fiero, pelo largo, quimonos de colores llamativos y una enorme antorcha tan alta como ellos y con una llama considerable.

Una vez que las cinco figuras estuvieron alineadas en lo alto de las escaleras el ritmo de los tambores se hizo más intenso y, empezando por la que estaba más a la derecha y ayudados por los magistrados, comenzaron a bajar. Se dirigían hacia el templo con pasos a la vez torpes y pesados. Cada poco se paraban y golpeaban las grandes antorchas contra el suelo, haciendo saltar centenares de chispas que dejaban una estela luminosa y que ardían unos segundos en el suelo antes de apagarse. Se encaraban con el público, con gestos y miradas desafiantes, moviendo la cabeza a ambos lados y como retando a la gente a detenerlos.

Lentamente, con movimientos primitivos y haciendo zigzag, se acercaban a la plataforma, a veces actuando como si estuviesen desorientados. Una vez subieron por la rampa a lo alto de la tarima llegó uno de los momentos más espectaculares: con agilidad y gestos simiescos se encaramaron a los troncos y los agitaron fuertemente durante un buen rato, haciendo que los penachos de fuego del extremo cayesen por todas partes, llenando la noche de energía y chispas.

El desenlace fue probablemente una de las cosas más curiosas de toda la ceremonia: cuando los demonios ya habían jugado suficientemente con el fuego y se sentían aplacados y satisfechos, los monjes del templo salieron por la puerta del edificio principal, dejándola abierta y los invitaron a entrar, acompañándolos del brazo, en lugar de echarlos del templo. Con ello los malos espíritus descansarían tranquilos hasta el año siguiente.

Una guía detallada para organizar una visita a Nara

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